30 de noviembre de 2006

Traicionera

Sentía que no le había servido de nada todo el esfuerzo que durante tantos años había hecho para llegar a donde estaba... hasta hace cinco minutos. Fueron toneladas de libros, kilómetros de lecciones, muchas, muchísimas horas de trabajo, que hace apenas instantes perdieron todo sentido.
De nada valió haberle jurado a su madre que no se quedaría viviendo en el barrio cuando apenas tenía 12 años y haberle cumplido la promesa poco tiempo después, en medio de lágrimas cargadas de tristeza y de esperanza al mismo tiempo. Poco fue lo que logró después de dedicarse a lavar autos durante el día, hasta que por dedos solo tenía llagas. Y suerte que tuvo que el dueño del local le vio las ganas de trabajar y poco a poco lo fue ayudando. Siempre estaría agradecido con Manuel, que se comportó como el papá que nunca tuvo, porque esa era la historia de nunca acabar en el cerro de donde venía. Por él siguió estudiando, por su insistencia se hizo bachiller y luego estudió un técnico en contabilidad en una universidad pública, mientras seguía ayudando a Manuel en el negocio.
Fue Manuel quien le propuso que montaran otra sucursal, y que fuera él, el mismo muchacho que comenzó lavando carros, quien se hiciera cargo. Y así fue como logró alquilar un apartamento pequeño pero cómodo. Así fue como se convirtió en un hombre, con profesión y con trabajo. Y sobre todo, sin rastros de haber pertenecido a aquel lugar que ahora se le hacía confuso en su memoria.
Toda esa seguridad, toda esa historia se vino abajo en un momento. Fue una cachetada sonora y dolorosa, que llegó sin aviso y sin protesto, cuando abrió la puerta de su casa.
Había conocido a Lucía en el autolavado. Ella llevaba su carrito regularmente, y él la veía como a una diosa que pasaba por ahí cada 15 días. Lo saludaba con cortesía y él siempre la recibía con una sonrisa. Soñaba con su presencia, con su aroma siempre mezclado con el olor del detergente. Lo que él no sabía es que ella vivía un idilio similar, hasta que un buen día, sin que nadie lo hubiera planeado, conversaron un poco más de la cuenta. Se cayeron unas monedas, luego es ella la que casi se cae. Un accidente tras otro dieron pie a una valiente invitación de parte de él y que ella aceptó gustosa.
Fue un amor que creció poquito a poco, alimentándose de sonrisas cotidianas, de besos robados en el ascensor y de sexo rapidito porque llego tarde. Fue un amor sin pretensiones, de esos que no parecen sacados de cuentos de hadas, no había poemas ni canciones. Se había enamorado como nunca había pensado que el amor era posible. Eran solo ellos dos y eran más que suficientes. No hacía falta nada más. O al menos eso creía él hasta hace cinco minutos, cuando abrió esa puerta.
La abrió y no pudo articular palabra alguna. Se dio media vuelta y no supo más de sí.
Tenía que haberla llamado antes. Tenía que haberle avisado que llegaría. Quizás así le hubiera dado tiempo de ocultar las evidencias. Quien sabe si es preferible no saber, no ver, no sentir. Ahora no se podía sacar de la cabeza la imagen de Lucía en la cama, en absoluta entrega con alguien más que no era él. Esa imagen y la maldita canción que le acompañaba, ese vallenato arrabalero que escuchó más de una vez en la puerta del bar de mala muerte del barrio martillándole los sesos con estridencia. Todavía le hacía sentir el olor a cigarro y a ron barato que acompañaba a los golpes que más de una vez recibió su madre de uno de los tantos que pasó por su vida y que no le dejaron otra cosa que marcas en la piel y en el alma. Todavía podía escuchar los disparos frecuentes, disfrazados por la música que sale de alguna de las tantas ventanas abiertas de los ranchos amontonados. La misma música que le recuerda hasta la saciedad quién es, y que no importa lo que haya hecho, la traición se hizo parte de su historia.
Hacía cinco minutos había abierto las puertas del infierno y entró. Y no habrá nada en el mundo que apacigüe el ruido que ahora ocupa su cabeza.

27 de noviembre de 2006

Adiós


El carro no era el lugar más cómodo para estos menesteres, pero no le quedaba otra opción. La dejaría en su casa, con el desgaste que genera haberle dicho que nunca más, que esa noche sería la última. No hay amor, y cuando no hay amor lo demás es tan solo una pantomima.
Ella venía callada. El silencio era incómodo, casi intolerable. Ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. Solo faltaba el adiós, y para eso estaban a dos cuadras de distancia. Ya las lágrimas se habían agotado, tenía los ojos hinchados y el alma reseca. ¿Habrá valido la pena tanto tiempo?
Llegaron a la puerta de su casa. No tenían fuerzas para verse. Ella no sabía si luchar, estaba tentada a abrir la puerta y bajarse corriendo de esa pesadilla. Pero algo la amarraba a la silla de ese auto donde pasaron tantas cosas. Algo le decía que ese no era el final, pero las circunstancias le aseguraban lo contrario.
Frente al volante, él no quería abrir la boca ni una vez más, sabía que sus palabras habían causado mucho daño y no pretendía seguir haciéndolo. Sentía que el aire no llegaba a sus pulmones, que su corazón no latía, su cerebro no hacía sinapsis. Solo quería que todo esto terminara.
De pronto, sin saber cómo, ambos se miraron a los ojos.
- ¿Por qué me haces esto?
- Tengo que hacerlo.
- ¿Por qué, coño?
No hubo adiós. Ella se bajó del auto y no miró atrás.

Sentía que era un cobarde. Que no podía con tanto, que no tenía tanta fuerza. Se vio en el espejo retrovisor, y no reconocía lo que la imagen decía de si mismo.
- Para ser marico hay que ser hombre, y tú no lo eres. No tienes las bolas. ¿Sabes qué es lo que eres? Un guevón. Un rolitranco de guevón, y un cagón. Eso es lo que eres. A ver si algún día sacas valor de donde no tienes y te conviertes en un hombrecito de verdad.

Poco después, en la barra de un bar, hundido en alcohol, la lengua de un hombre hurgaba entre sus dientes, manos velludas apretaban su pecho y su entrepierna y él se dejaba hacer, mientras su mente pensaba en las bolas que no tenía y que no sabía si llegaría a tener.

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La obra se llama "In the garden" de la artista norteamericana Meridy Volz

16 de noviembre de 2006

Santana

No había forma de que al tovareño Johan Santana le quitaran el premio Cy Young al mejor lanzador de la Liga Americana. Sus números eran, de lejos, los mejores de las Grandes Ligas. Solo estábamos esperando la ratificación, y el nombramiento fue unánime. Obtuvo los 140 puntos posibles para el primer lugar.
En esta oportunidad, el segundo Cy Young de su carrera demuestra que lo ocurrido hace dos años no fue casualidad. Y no está lejos de ser considerado el Jugador más valioso de la Liga.
Una razón más para sentirnos orgullosos.
Besos y abrazos a quien corresponda.
P.S.: De más está que diga que, por otro lado, mal visto, Johan está para jugarle no uno sino unos cuantos quinticos. Le compraría todos los números de una rifa... adivinen cuál sería el premio mayor. ;)

Ella...


Una fiesta. Toda ella era una fiesta. Se despertaba con una sonrisa en la cara. Se levantaba de la cama llena de energía, rápidamente, para aprovechar la mañana -"el que madruga recoge agua clara", pensaba-. Se metía al baño y el jabón de tocador era una explosión de rosas, las cremas para el cuerpo olían a chicle de cambur y la pasta de dientes incendiaba su boca de menta fresca.
Bailaba al ritmo de lo que sonara en su cabeza mientras se secaba el cabello alborotándolo hasta más no poder. Su ropa interior siempre tenía aquel toque que la hacía sexy y divertida. En su guardarropa no existía el negro, el marrón o los pasteles. Su maquillaje no dejaba de lado los carmínes. Sus zapatos no tenían un tacón de menos de cinco centímetros.
Caminaba con ritmo. En su casa le habían enseñado que caminar era todo un arte que había que cultivar, indispensable para llevar la vida con buen humor. Sus caderas eran todo un péndulo que hacía voltear a cualquier alma que se le atravesara a aquel terremoto. Y al frente, sus redondeces rebotaban al son del mejor güagüancó que se haya podido bailar.
Era el clásico ejemplo de la latinidad, curvas peligrosas, piernas de campeonato, cintura de avispa, carne canela dulce. Un espejismo hecho realidad.
Así era ella, toda pasión.
Poco después, llegaba a su trabajo. El vigilante la saludó con uno de esos "buenos días, mami" que salen del alma, y ella felíz le guiña su ojo de largas pestañas. Subía las escalones con una gracia digna de la más top de las modelos cuando un pequeño incidente -"maldito tacón, yo sabía que se iba a partir"- la hizo rodar escaleras abajo.

El doctor que la atendió fue una bendición, el mar de las cortesías.
- Doctor, cuénteme, ¿es muy grave?
- No, Carlos, no te preocupes. Es apenas un esguince, unos días con la pierna inmovilizada y algo de reposo y volverás a ser la misma de antes.

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La foto (no las piernas) es del uruguayo Daniel Machado.

12 de noviembre de 2006

El encuentro

Llegué a Coma a las 7:00 en punto. Mi intención era quedarme poco tiempo, ya que tenía un par de compromisos posteriores a los que me era casi imposible renunciar, así que no estaba vestido para la ocasión: andaba vestido (o mejor, disfrazado) de traje y corbata, y honestamente no me sentía muy cómodo.
Apenas entré, conocí a Luis Carlos. Supuse que era él, entre otras cosas porque tenía abierta su laptop y trabajaba en ella mientras nos esperaba. Inmediatamente nos presentamos y arrancó la conversa. A los pocos minutos, sonó su teléfono: era Silma, quien llamaba para avisar que estaba en la estación de servicio frente al Centro San Iganacio. Con unas breves indicaciones, Silma y su Ave Migratoria estaban frente al local.
Lo primero que ocurrió fue una cosa muy extraña: nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida, y que este encuentro era una cosa muy normal, casi que de todos los días. Incluso, no sé si por alguna extraña razón, su primera reacción fue darnos la mano, cuando él se había confesado abrazón. Así que no me quedó de otra que tomar la iniciativa y lanzarle un abrazo de oso que debió tomarlo desprevenido, sobre todo por la contrastante magnitud entre nuestras complexiones.
Así dio comienzo a una velada magnífica llena de encuentros, de "tu eres... sí, yo soy..." Mientras tanto, Silma nos veía llegar con ojos cada vez más grandes, que de grandes no cabían en su rostro. Incrédulo, porque es increíble y a la vez maravilloso que este grupo de personas se hayan encontrado, y de qué manera. Una razón más para agradecerte, Silma, el mago eterno de maneras pulcras y sencillas que nos enamoró a todos.
Poco a poco fuimos terminando de entrar en confianza: Quack rompió el hielo y después de Silma fue el más abrazado de la noche. Fue estupendo ver cómo todos y cada uno, incluso si no nos conocíamos a través de las letras, fuimos encontrando ese espacio en común que se abría frente a nosotros para disfrutar de las respectivas compañías. Y de pronto surgían los temas, así, casi de la nada, así como surgen en cada una de sus casas virtuales. Y los comentarios al pie, y las fotos, y los post scriptums. Y Arcana nos habló de reencarnaciones y destinos; y el arquitecto de su inspirador amigo que ya no está y que lo trajo a aventurarse a Caracas; y Bea de su querido hospital, mientras Luis Carlos escuchaba atento, haciendo comentarios muy precisos de una profundidad inusitada; Marta y sus preparativos para el maraton y Desingeniado con sus anécdotas de racismo a la inversa; y la Wari que más bella no se puede, derrochando simpatía que desbordaba por todos lados; y la Maga haciendo magia con sus cuentos; y Carmelo, mi compadre, a quien recuerdo siempre como la primera persona que conocí a través del blog, gracias a Piedra de Mar, que más placer no se puede al escuchar su voz por primera vez y nos regaló el grato recuerdo de su compañía vía telefónica.
Y Silma, Silma y sus 17 años junto a su Ave Migratoria, y sus aeropuertos, y su tragedia con la medicina suiza, y sus abrazos terapéuticos... Cómo agradecerte un recuerdo, que no sea recordándote siempre.
Muchísimas gracias por permitirnos pasar una velada absolutamente perfecta.
Besos y abrazos a quien corresponda.
P.S.: No tengo cámara fotográfica, así que las fotos del encuentro se las debo, aunque por ahí ya hay algunas rodando...

Actualización 14/11 a las 8:00 am: Naky, amor de mi vida, me siento como Hillary Swank cuando recibió su primer Oscar y no mencionó al esposo en su discurso de agradecimiento. En mi descargo, debo decir que, en efecto, encontrarme contigo hace 10 años por primera vez es una de las cosas más maravillosas que me ha pasado, porque como te lo he dicho en más de una ocasión y ahora lo hago público y por escrito (y si quieres lo notarío), yo te adoro y soy feliz de contarte como mi amiga. Y por eso es que estoy tan absolutamente apenado de no haberte incluído dentro de la narración del encuentro.
Por cierto: la razón de que no tengo fotos o cámara es que cuento con la del teléfono celular, y la tecnología está conspirando para que no las baje a la computadora.

10 de noviembre de 2006

Todos me miran...


Gloria Trevi es una artista de dudosa reputación, lo admito. Pero desde que regresó a la palestra con esta canción, que se ha puesto de moda en cualquier local de ambiente que se respete, su historial ha pasado a un segundo plano.
Con este tema se ha terminado de meter en el bolsillo a la comunidad gay, pero lo que más me gusta es que supo darle una doble lectura, para convertirlo en una denuncia contra el maltrato a la mujer.
Y de paso, enfrentando ambos temas desde la perspectiva que más admiro: desde la decisión, la valentía y el orgullo. Estas son las mismas razones por las que suelo expresar mis respetos hacia este grupo. Hay que tener coraje para salir a la calle y saber que "todos te miran". Y no necesariamente es una mirada de aprecio o respeto.
No puedo dejar de contrastar esta actitud de orgullo y gallardía con la de muchos otros que, a pesar de casarse, tener hijos, amantes, secretarias y demás, cada cierto tiempo buscan la forma de desahogar su deseo homosexual con algún encuentro fortuito, que puede llegar a convertirse en una rutina frecuente y hasta en una relación seria.
La pregunta que casi siempre aflora aquí es la siguiente: "¿Y acaso ese señor no puede ser bisexual?". Es evidente que sí, por qué no. El placer sexual no tiene fronteras, las prácticas sexuales pueden ser ilimitadas (e incluso algunas de ellas son consideradas enfermedades).
El problema no es el ejercicio de la bisexualidad, sino el de la sinceridad. Supongo que pedir honestidad y aceptación por parte de una pareja en ese sentido es poco menos que imposible...
Solo imagínenselo: "Mi amor, la verdad es que yo soy bisexual y quisiera que pudieramos compartir nuestras relaciones sexuales con otro hombre, eso sería verdaderamente satisfactorio para mi".
La reacción sería digna de una telenovela de Delia Fiallo con Lupita Ferrer como la protagonista ciega y amnésica.
Y sin embargo, se han visto casos...
¿Hasta dónde llegará el mundo en su proceso de aceptación de la diversidad?
Besos y abrazos a quien corresponda.
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P.S.: En este vínculo hay una foto de una obra llamada "Homage to bob flanigan me" del artista de origen italiano Franko B. Quise guindarla pero el sistema no me dejó, por lo que les recomiendo que lo visiten.