7 de diciembre de 2007

Prueba de amor

- Juancho, ¿estás seguro?
- Segurísimo.
- Mira que después no te puedes arrepentir.
- No me voy a arrepentir, esa es la mujer de mi vida y eso no va a cambiar.
- Es verdad, Mariana es un mujerón, pero esto…
- Esto es un compromiso, Ernesto, es una forma de mostrarle mi intención de estar con ella para siempre. ¿Me vas a acompañar o no?
- Compadre, usted sabe que yo lo acompaño hasta donde tenga que acompañarlo porque para eso son los amigos. Yo solamente quería que lo pensaras mejor…
- ¿Pensarlo mejor? Coño, Ernesto, en serio… ¿alguna vez me habías visto tan feliz en la vida?
Ernesto se dio un momento para pensar. Conocía a Juancho desde hacía mucho rato, unos 15 años, cuando eran unos muchachos patineteros que les gustaba escuchar música en la calle y fumarse un porrito escondidos en el parquecito que quedaba en la esquina de la urbanización. Se conocieron todas las novias, se apoyaron en cada ruptura, se burlaron de cada cacho recibido y se alcahuetearon cada canita al aire que fuera posible echar. Sus cumpleaños eran una rumba donde el otro no podía faltar. En las buenas y en las malas, Ernesto y Juancho habían contado siempre el uno con el otro. Y ciertamente, desde que está con Mariana, Juan Carlos es un tipo feliz. Le cambió la cara, aumentó unos kilos, vivía pendiente de verse bien y de sentirse bien, todo para complacer a Mariana.
Y Mariana… ella no se quedaba atrás. Cuando Juancho decía que Mariana era un mujerón, no le faltaba razón. Y no era un asunto solo de físico –vamos, que aunque todos sabemos que la belleza es un asunto subjetivo, en este caso cualquier mortal habría dicho que Mariana está buenísima-. Mariana es lo que llaman “una mujer para casarse”: profesional, inteligente, trabajadora, responsable, simpática, alegre, ordenada…
- Es que Mariana es…
- ¡Un mujerón, compadre, un mujerón! Y nadie puede negar que me saqué la lotería el día que esa mujer decidió mirar para acá, donde estaba este pobre mortal que optaba por el amor de una musa, de una diosa del Olimpo.
- Sí, compadre, te entiendo… Ese debe ser uno de los misterios de la humanidad: ¿Qué fue lo que te vio?
- No lo sé, y tampoco se lo voy a preguntar.
No había manera de convencerlo de lo contrario, no había argumento posible. Ernesto no tenía cómo evitar lo inevitable. Ya estaban en el centro comercial y Juancho caminaba raudo y veloz a su destino.
- Llegamos.
- Sí, llegamos.
En la puerta del local se leía escrito en letras góticas la frase “Dermis Tattoo”. La vitrina estaba repleta de piezas de piercings para ser colocadas en los lugares más inverosímiles del cuerpo humano. Dentro del local, enormes catálogos mostraban diseños de estilos muy diversos de tatuajes para quienes desean dejar en su piel una marca indeleble que por lo general representa una etapa especial de su vida, un amor, un deseo, una esperanza.
Los recibió un hombre robusto, no muy alto, ojos rasgados y pequeños, con el cabello peinado con una cresta naranja en la parte superior y afeitado al rape a los lados. Aunque la mejor manera de describirlo no es sino a través de sus señas particulares: tenía tatuajes visibles en los brazos, en el cuello, en el cuero cabelludo, en las manos, y tantas perforaciones en las cejas, la nariz, los labios, las mejillas, las orejas, que eran imposibles de contar. Y eso era solo en los lugares que quedaban desnudos, a la vista.
- ¿En qué los puedo ayudar?
- Aquí el pana quiere hacerse un tatuaje –dijo Ernesto, aun sorprendido con el aspecto del artista.
- ¿Ya sabes qué te quieres hacer y en dónde?

Juancho había seleccionado un corazón rojo bastante realista, en el que se notaban las venas coronarias. Detrás del corazón salían unas alas angelicales abiertas de par en par, y atravesando el corazón, una banda de tela en el que escribirían con letras góticas negras el nombre del amor de su vida: Mariana. El tatuaje estaría ubicado en el brazo derecho de Juancho, a nivel del hombro, y sería de un tamaño bastante considerable: ocuparía casi todo el ancho del brazo.
Juancho se miraba en un espejo el boceto del tatuaje, la horma que serviría para realizar la obra de arte. Mientras más lo veía, más le gustaba la idea.
- ¿Cuánto tiempo se tarda esto?
- Unas tres horas, pana. Tiene varios colores, es algo grande…
- ¿Y a ti que te parece, Ernesto?
- ¿La verdad? Arrechísimo.
- ¿Qué crees que va a decir Mariana?
- Le va a encantar…
- Bueno, vamos a darle entonces.
El artista empezó a preparar el material completamente esterilizado para hacer el tatuaje. Poco después, empezó a sonar la máquina que indicaba que la pequeña aguja teñida de negro comenzaba a darle forma al diseño aplicado sobre la piel de Juancho, que se mantenía incólume ante los pinchazos. Ernesto estaba seguro de que Juancho se estaba aguantando: siempre fue un miedoso para el dolor. Pero en esta oportunidad, tenía que hacerse el valiente, porque el esfuerzo valía la pena.
Un par de horas después, aburrido de verle la cara impávida a Juancho, Ernesto decidió salir a fumarse un cigarro y a comprarse un café. Todavía faltaba escribir el nombre de la susodicha, y eso se llevaría una hora más. Salió del local y encontró una pequeña cafetería, con mesas y sillas disponibles en un lugar fresco y aireado, donde podía sentarse a esperar que Juancho saliera del martirio. Se sentó y pidió un capuccino con crema y bastante azucar. Prendió el cigarro y se dedicó a ver a quienes caminaban por el centro comercial.
Fue entonces cuando la vio. Mariana caminaba con su actitud de siempre, espléndida, voluptuosa, alegre. Ernesto pensó en levantarse a saludarla, pero teniendo cuidado de arruinar la sorpresa que Juancho le estaba preparando. Mientras pensaba en esto, un hombre se acercó a Mariana con lo que le pareció primero un exceso de confianza. La tomó de la cintura. Se reían juntos. Le estampó un beso en la boca.

El tatuaje de Juancho quedó realmente muy bueno. Era una verdadera obra de arte, de la cual su mamá se sintió siempre muy orgullosa. El amor de su hijo era infinito, y lo llevaría teñido para siempre en su piel.

2 comentarios:

Caraires dijo...

Me gusta tu narrativa, dan ganas de leer el relato. El final me pareció un poco flojo pero capté la idea

Saludos

fmonroy dijo...

A mi me gustó, porque aunque parezca que tiene contradicciones pensé que iba a terminar en un cliché y me gustó el final.
Sin duda que Jogreg tiene buena mano como narrador.