27 de febrero de 2007

La araña


Miraba al techo blanco.
Una araña bajaba. Parecía más bien que volaba. Poco a poco, hilaba su tela y descendía. Ágilmente movía sus patas para continuar produciendo metros y metros de filamento resistente y flexible.
Miraba al techo blanco, y miraba a la arañita que cada vez más se acercaba.
Sopló. La araña se detuvo un instante, sintiendo la súbita ráfaga de viento, esperando a que el sorprendente huracán pasara. Volvió a soplar, y la araña se mantuvo aun más quieta, balanceándose en su hilo, confiada de que no cedería ante las fuerzas de la naturaleza.
Decidió no soplar de nuevo. La araña siguió su camino descendiente. Cada vez estaba más cerca del rostro que miraba el techo blanco. Según sus cálculos, si la araña seguía su rumbo, caería en algún lugar entre su nariz y su boca.
Mientras más se acercaba, más grande la veía. Ya a pocos centímetros de su cara, decidió dejar de respirar, para que la araña no se asustara.
En algún momento su mirada se hizo borrosa, tan cerca estaba. Justo antes de llegar, la araña se detuvo. Faltaban solo pocos milímetros para que la araña tocara la punta de su nariz. Casi podía sentirla, escuchando su cabeza mientras decidía si bajar o no bajar. Fue un instante que se hizo eterno.
Y finalmente, ocurrió. La araña saltó, cayendo sobre su nariz, y de inmediato se ocultó en la caverna cálida y oscura que había decidido que se convertiría en su nuevo hogar. Allí tejió su tela y vivió feliz.

El niño estaba feliz de tener una nueva amiga. Desde que quedó confinado a esa cama de hospital, en la que no podía moverse, se sintió solo, a pesar de que todos estuvieran allí para acompañarlo.
Ahora tenía a su araña, que no lo abandonaría nunca más. Ahora podía hablar con alguien cada vez que quisiera, y ella le contestaba. Le encantaba sentir las cosquillas en su nariz: sabía que su araña estaba allí, acariciándolo con sus delicadas patas. Era una razón más para vivir.

Un buen día, sin querer, el niño estornudó, y se acabaron las cosquillas. Y se puso triste. Ese día supo que nunca más olvidaría a su araña, la araña que vivió en su nariz.

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La obra se llama "La Araña", y es de la artista Asunción Folch.

22 de febrero de 2007

Ese es mi muchacho

Casi me caigo de la silla.
- Tú me estas jodiendo.
- Papá...
- Tienes que estarme jodiendo. No me puedes echar esta vaina.
Sí me la estaba echando. En un instante, mi mente se llenó de imágenes que me mostraban las consecuencias de la maravillosa noticia que me acababa de dar mi único hijo, el primogénito y el mayor de mis tres retoños, el único que tendría la oportunidad de continuar con el apellido, el orgullo de papá, el más inteligente, el más capaz, el más valiente. Ese es mi muchacho... ¿o era?
- ¿Estas seguro?
- Sí.
- ¿Y no hay vuelta de hoja?
- No.
¿Será posible que a mi hijo, al que yo crié como todo un varón, ahora le gusten los hombres?
- ¿Y se puede saber de dónde sacaste tú esta cosa?
- ¿Qué cosa, papá?
- Esta pendejada, esto de que te gustan los hombres. ¿Qué haces con ellos? ¿Te besas? ¿Te acuestas con ellos?
- ¿Y para qué quieres los detalles?
- No sé, para torturarme, o para asegurarme de que de verdad no hay manera de echar para atrás todo esto. ¿Eso quiere decir que ya no eres virgen... de allá atrás?
- ¿Virgen de allá atrás? ¡Papá!
- ¡No, ni me digas! Estoy descubriendo una faceta masoquista en mi que no conocía, preguntando cosas que preferiría no saber. Aunque pensándolo bien, hay una cosa que me gustaría tener clara: ¿Este asunto es porque quieres ser mujer? ¿Te gusta vestirte de mujer?
- No, papá. No me gusta vestirme de mujer, ni quiero ser mujer. Simplemente me gustan los hombres.
- Ah, bueno, no es que sea un consuelo, pero me tranquiliza un poquito saber que no eres una drag loca que sale por las noches a rumbear entaconada a los bares de ambiente...

- ¡Chico, que notición el que te lanzó tu hombresote! Nadie lo habría imaginado.
- Y yo sin saber ni cómo reaccionar. Me agarró completamente fuera de base, descolocado. Alguna vez me pregunté si mi hijo sería gay, pero nunca me puse en esta situación.
- De tal palo, tal astilla, es lo que dicen, ¿no?
- Sí, hombre... ¿será genético?
- Será...

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La obra se llama "Padre e Hijo", del artista Xavier Castellanos.

14 de febrero de 2007

La agenda

- ¿Nos vemos?
- Claro.
- ¿Dónde siempre?
- ¿Dónde más podría ser? No querrás que vaya para tu casa.
- No comiences.
- No me hagas caso, fueron ganas de molestar.
- ¿Y esas ganas de molestar son a cuenta de qué?
- A cuenta de nada, discúlpame. El cansancio, el trabajo, quién sabe. Pero estar contigo me lo quita.
- Yo también estoy cansado. Por eso te llamé.
- Claro.
Se hizo un silencio incómodo. Eso último no sonó bien, ya sabía por donde venía el asunto.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, ya te dije.
- Creo que nos conocemos lo suficiente para que quieras hacerme creer que no te pasa nada.
- Bueno, está bien, sí me pasa algo, pero no te lo quiero decir.
- ¿Por qué?
- Porque sé cuál va a ser la respuesta, y no tengo ganas de hablar del tema. Déjalo así.
- Está bien, lo dejamos así entonces.
Estos silencios lo hacían enfurecer. Ya se le estaban quitando las ganas de verlo. Si no se pusiera como ella cuando quiere pelear...
- Yo creo que mejor dejamos esto para otro día.
- ¿Qué pasó?
- Nada, me acabo de acordar que tengo que llevar a los chamos al cine esta noche. Se los prometí.
- ¿Cómo fue que te acordaste así de pronto?
- No sé, me acordé así nada más.
- ¡Qué conveniente!
- ¿Sabes qué? Te llamo luego.
- No, mejor no me llames. Yo te llamo.
Sintió cómo se cortaba la línea telefónica. Se quedó mirando el teléfono unos instantes. No quería llegar a su casa: su mujer estaba visitando a sus padres, se había llevado a los chicos durante el fin de semana y él estaría solo en casa, pero no le gustaba llevar a sus conquistas allá por aquello de la discreción. Además, uno nunca sabe cuándo uno de ellos se enamora y comienza una persecución tipo “Atracción fatal” que te termina arruinando el matrimonio y la vida. Nadie podía obligarlo a destruir su vida, su familia, su hogar, cuando él así estaba feliz: con un lugar seguro a donde llegar, y con la posibilidad de echarse su escapada de vez en cuando. Tenía demasiado tiempo haciéndolo para venir a cambiar ahora, no estaba dispuesto a arriesgar tanto. Así que quien quisiera estar con él, debía tener claro que siempre sería el segundo, el otro, el que no tiene derecho a nada.
Revisó la agenda del celular. Ni su mujer sabía de esta otra línea, este número de teléfono que compartía con los hombres que conocía a través de las salas de conversación virtuales o uno que otro bar de ambiente que visitaba cuando tenía la oportunidad. Si él no estaba dispuesto, algún otro de seguro lo estaría.
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El cuadro pertenece a la colección de Ludovic Debeurme, se llama "Dr. Jekyll", pero no pude identificar a su autor.

1 de febrero de 2007

Instinto

Salió del trabajo y lo primero que pensó fue en ir a tomarse una cerveza. Total, nadie lo esperaba en casa y era una de esas noches en las que no quería ir a encerrarse a ver televisión o a pegarse de la silla frente a la computadora y chatear como loco a ver si conseguía algo de diversión.
Pensó en irse a aquel local "de ambiente" en el que siempre conseguía lo que él estaba buscando. Nunca entendió lo que significaba eso de "el ambiente", le parecía irónico que lo llamaran así. "¿Será porque es natural?", pensaba. "¿O porque los maricos cuidan más el ambiente que los heteros? ¡Coño, no se podían haber buscado otra forma de decirlo!". Lo que sí era cierto es que le gustaba ir a ese bar a ver hombres relajados, conversando, bebiendo y bailando entre ellos libremente. Y eso era lo que en ese momento le hacía falta.
Recordó las múltiples oportunidades en las que había salido resuelto de allí. En esa barra le brindaron su primera cerveza, se la envió un niño que estaba al otro extremo del lugar y que si lo hubiera visto en la calle juraría que todavía iba al colegio. Pero luego de conversar un rato con él, el niño le juró que tenía 19 años y hasta la identificación le mostró, comprobando su fecha de nacimiento.
En otra oportunidad, sintió que había coronado la noche cuando una pareja de hombres increíblemente masculinos, vestidos con chaquetas de cuero y con mucho vello corporal lo invitaron a terminar aquella velada en su casa. La experiencia fue excitante y diferente a todo lo que alguna vez había sentido, y desde esa vez entendió que él es un hombre al que le gustan los hombres, y no los niños delgados con maneras de mujer que muchas veces inundaban los locales "de ambiente".
Pero algo le decía que esta noche no era la adecuada. Pensó nuevamente en lo que podría conseguir con su mirada pícara, su sonrisa cautivadora y su culo respingón que se había mandado a hacer tres meses atrás y que había sido quizás la mejor inversión de su vida. Sabía que la diversión era segura, aunque una vocecita le decía muy bajo al oído que se fuera para su casa, que no buscara pelea... al menos no esa noche.
Le atribuyó el mal pensamiento al cansancio laboral, y justo por eso mismo pensó que lo mejor sería llegar al bar, tomarse una birra y relajarse, dejar que la noche tomara su rumbo. Así que enfiló su automóvil hacia lo que esperaba que fuera una noche de placer.

Entró al local y recorrió con su mirada cada esquina del lugar, intentando reconocer caras que le facilitaran el trabajo de levante. Y sí, había alguien conocido. Escuchó una voz a su espalda que le saludaba.
- Buenas noches, Pedro. Usted por aquí...
No tuvo que voltear para reconocer de inmediato a su interlocutor. Tuvo que esperar un instante para reaccionar de la forma más adecuada. Se volteó lentamente, alzó la mirada y extendió su mano.
- Jefe, cómo está... tanto tiempo sin verlo.
Juró que nunca más dejaría de escuchar a su instinto.

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La obra es una reproducción del artista Anoro Manel, llamado "Bar Verde"