18 de marzo de 2008

Encierro

- ¿Cómo te fue?
- Bien.
- ¿El trabajo?
- Normal.
- ¿Nada nuevo?
- No.
- ¿Quieres comer?
- Más tarde.
Encendí la televisión.
- ¿Qué están dando?
- No lo sé.
- ¿Quieres tomar un baño para que comamos algo?
- Puede ser. Más tarde.
- Compré unas sales nuevas para el baño y un gel de aromaterapia que sirve para relajarse. Si quieres te doy un masaje mientras te bañas con agua tibia.
- Ahora voy.
Miraba la televisión, cambiaba los canales automáticamente, sin fijar mi atención en ninguno de ellos. No sé cuanto tiempo pasó. No sé si me quedé dormido en el sofá. Sonó el teléfono varias veces. Salí de mi hipnosis y tomé la bocina. La misma voz que me acompañaba todos los días ahora me hablaba desde el otro extremo de la línea telefónica.
- Ni siquiera te diste cuenta, ¿verdad?
Solo en ese momento sentí la soledad de la casa.
- Espero que te vaya bien. En estos días voy a recoger mis cosas. Adiós.
Se cortó la comunicación. Me tiré en el sofá y no me moví más.

15 de marzo de 2008

Arena


Quien sabe cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo vio partir. Había tomado su hatillo con las pocas prendas que tenía, su biblia y la pequeña cruz de palo que le regaló su madre cuando hizo la primera comunión, se lo terció al hombro con un mecatillo y tomó la herrumbrosa y destartalada guagua que una vez a la semana comunicaba a aquel caserío con la vida, con otra vida. Le había dicho que allí no había futuro, que tendrían que olvidarse mutuamente: el pueblo de él y él del pueblo que lo vio correr por sus calles que hoy no eran más que arena, salitre y un viento cálido y cortante que quemaba la piel.

Así, él y su pueblo se borraron mutuamente de sus memorias.

Pero ella no. Ella todavía lo espera. Ella no lo olvida.

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La foto es propia, y fue hecha en la playa de la población de Quisiro, Edo. Zulia, al norte del Golfo de Venezuela cerca del Edo. Falcón.