10 de agosto de 2007

El Sapo


Era el año 1991. Casi podría decir con exactitud la fecha, pero para no exagerar de precisos, digamos que transcurría la primera semana de octubre.
Habían sido unos meses muy movidos para entonces, con sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Ya tenía viviendo cerca de año y medio con mis abuelos maternos, acompañando a mi abuela Josefina y ayudando a cuidar a mi abuelo Avelino, quien venía padeciendo de una muy larga enfermedad que lo tuvo en cama. Habíamos llegado a la conclusión que vivir con mis abuelos era una gran idea mientras culminaba mis estudios de bachillerato, que por cierto, culminaban en julio de ese año.
Mi madre, como si de una visión se tratara, había vaticinado que mi abuelo no viviría mucho más que el tiempo que yo tardara en graduarme. Y de alguna manera, siempre lo sentí como una premonición, porque inesperadamente, luego de 18 años en cama, mi abuelo murió en el período de tiempo que transcurrió entre mi último examen final y el acto de graduación.
Sin embargo, este no sería el evento más complejo. Desde 1990 se venía gestando un acontecimiento que nos cambiaría la vida a todos: Estaba participando en un programa de becas de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, llamado Galileo, que prometía enviarme al exterior a estudiar una carrera universitaria apenas me graduara de bachiller.
Y para ese mes de octubre, fecha a la que los remito, todo estaba listo para mi viaje. 13 de octubre, tenía impreso el boleto aereo que no contaba con ticket de retorno al hogar. El niño de la casa, que ni siquiera había cumplido la mayoría de edad, abandonaba el lecho familiar para buscar nuevos horizontes en el lugar escogido por Fundayacucho: Italia, específicamente Viterbo -pequeña ciudad a hora y media de Roma-, para comenzar a estudiar italiano, y luego la universidad y la ciudad que escogiera para mis actividades académicas.
Justo para esas fechas, ocurría otro evento importante, esta vez para la cultura y la música venezolana: la celebración de los 20 años de vida artística de uno de los grupos más representativos de nuestro país, Serenata Guayanesa. Nosotros adorabamos a Serenata, crecimos escuchando sus temas, las navidades eran al ritmo de sus canciones, los viajes no podían hacerse si no estaban en el carro los cassettes de Serenata. Corre Caballito, Casta Paloma, A la una, La pulga y el piojo, Aire de verde montaña, Francisca ´e Paula Chirimoya, La barca de oro... fueron canciones que me acompañaron desde muy pequeño y que siempre fueron como un embrujo. Las cuatro voces, perfectamente sincronizadas, no solo cantando sino mimetizándose con los instrumentos. César haciendo "bom" mientras tocaba un tambor enorme, Mauricio haciendo "pin" junto a la charrasca o al triángulo, Iván y Hernán (que luego fue sustituido por Miguel Ángel) con su cuatro eternamente terciado al hombro.
Aún me sé muchas de esas canciones de memoria. Pero siempre, siempre, mi favorita fue El Sapo. No sé que tiene esa canción, no me pregunten que me pasa, pero con ella me remito a mis sensaciones infantiles más gratas.
Pues resulta que la celabración de esos 20 años haciéndome feliz sería en el Teatro Teresa Carreño. Y mi familia, que se encontraba preparándose para mi partida, decidió que iríamos todos al concierto. El teatro estaba repleto (como siempre que hay una presentación de Serenata Guayanesa). Era realmente mágico estar en el teatro más importante de Caracas para escuchar a mi grupo favorito pocos días antes de irme a vivir a un país extraño, lejos de mi familia, de mis amigos...
Se apagaron las luces y se levantó el telón. Y allí detrás estaban mis ídolos de la infancia, con sus liquiliquis blancos, con sus instrumentos, dispuestos a cantar durante hora y media las mejores canciones del repertorio. Comenzaron con "Este niño Don Simón", y por supuesto, junto a ellos arranqué yo a cantar a todo gañote, sin importarme si desafinaba o no, si combinaba o no, con aquel portento de voces. Y yo, feliz, con una sonrisota de oreja a oreja.
Terminó la canción, aplausos a rabiar, y según el programa, la segunda canción era -a que ya adivinaron- El Sapo. Comienzan a tocar los acordes de la canción y la gente comienza a aplaudir al ritmo, y en perfecta armonía comienza Iván a recitar aquel poema...

La sapa estaba pariendo, y el sapo estaba mirando...
Cuando la sapa pujaba, el sapo se iba esponjando...


Fue el inicio de la debacle. Inmediatamente mis ojos se llenaron de lágrimas, no pude cantar más.
Y no recuerdo más nada del concierto.
Cuando salímos de la sala, estaba hinchado, rojo de tanto llorar. Mi mamá me pedía que me calmara, pero era imposible para mi dejar de sollozar como un niño chiquito (porque no era que me salían las lágrimas... era un verdadero mar picado, con hipeos y buahs incluídos). No había forma de que mi cuerpo me hiciera caso. Simplemente lloré, y no paré hasta que el telón no cayó.
Días después estaba montado en un avión con otros 28 muchachos que no conocía, y 8 horas más tarde descendía en el aeropuerto de Roma. Pero no hubo lágrimas. Se habían secado en el concierto de Serenata Guayanesa.

4 comentarios:

Casanova dijo...

MAMMA MIA,QUè RECUERDOS!ESTUDIAR ITALIANO EN VITERBO! MORTAZZA TUA,HEHEHE

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

Qué vaina carajito!!!

Las cosas que Usted hace y sin pedir permiso...

Yo aquí, a no sé cuántos kilómetros, en una nicotínica oficina, casi saliendo pa'vé si el avión llega, estoy trabajando, y me dejas un picor en los ojos que ni te cuento.

Deben ser los lentes de contacto que no los limpié.

Ahora tengo los ojos tipo conjuntivitis hemorrágica..., qué vaina!!!

Todo lo mejor para ti.

PS: Tengo un pequeño problema, acabo de enterarme que no tengo lentes y menos de contacto. Qué vaina contigo..., que le hago ahora con el moquero y yo sin pañuelo

Anónimo dijo...

que vaina tam buena... asi es la vida uno hay veces que ni siquiera sabe que cosas activan el swtche (NO SE SI SE ESCRIBE ASI EL INTERRUPTOR PUES) de los sentimientos


que momai

Câline dijo...

Es que estamos marcados por cosas que son más fuertes que nosotros.
Qué momento tan fuerte, difícil y bello a la vez.
Muy bien escrito Jogreg, gracias por compartirlo.