5 de julio de 2011

200 años de pava


Son pocos. De hecho, casi nada, considerando que otras naciones cargan encima historias de miles de años. Claro, tampoco fue que aparecimos en el planeta hace dos siglos, pero en estos días los venezolanos nos encontramos celebrando 200 años de haber firmado la independencia. Y luego vinieron las batallas, los próceres y la historia heroica que desde niños se encargan de vendernos como la biblia. Luego de 200 años, uno termina preguntándose qué aprendimos. O qué dejamos de aprender, porque, al final, creo que este ha sido un país con muy mala suerte, o de pava, como decimos los venezolanos.
Nos conquista España. A riesgo de no ser acusado de xenófobo, no emitiré juicio de valor sobre ello. Simplemente, así arrancamos: llegaron a esta tierra habitada por indígenas y se desarrolló una relación bastante cruenta. Tiempo después, un grupo de venezolanos encontró política y económicamente conveniente separarnos de la madre patria. Eso nos llevó a un período de luchas de las que surgieron nuestros próceres. Es mi opinión que, circunscritos a estos doscientos años, aquí es donde comienza la pava. Nuestros héroes no resultaron ser otra cosa que caudillos militares, ávidos de poder, de tierras, de esclavos, que nos llevaron incluso a una guerra federal que diezmó a buena parte de la población.
Sin embargo, la historiografía oficial se encargó de decirnos que esos militares habían logrado lo impensable: la independencia de América Latina. Y por ello, debían ser venerados como dioses griegos –leído así mismo en un mensaje de redes sociales-. Bolívar, Miranda, Sucre… todos debían ser colocados en los altares criollos. Y sus herederos, los miembros del glorioso ejército venezolano, igualmente honrados como los únicos capaces de mantener y proteger la libertad que estos grandes hombres nos habían regalado. Y por ende, los únicos con la capacidad para gobernar a esta tierra de gracia.
No conformes con ello, aparece a inicios del siglo pasado el excremento del diablo. El petróleo se convirtió en el bien más preciado por propios y extraños. Todo empezó a girar en torno a él y a los recursos que su explotación nos proveía. Podíamos vivir del petróleo, o al menos eso fue lo que nos dijeron. Nos organizamos para acercarnos a sus bondades, sin pensar demasiado en los métodos, más o menos correctos, porque en realidad tampoco había quien le pusiera el cascabel al gato.
Y entonces, decidimos que no queríamos ser gobernados por un militar. Militares a sus cuarteles, era la consigna. Los civiles tomaron las riendas, el mundo avanzaba a pasos agigantados –la revolución tecnológica corría paralela a la explotación energética de la cual Venezuela era protagonista de excepción-. De nuevo, las apetencias políticas nos cegaron y el poder económico era más tentador. En 40 años, los resultados de la gestión civil se revelaron un desastre. ¿La Solución? Otro militar al poder. Otro heredero de la patria grande, otro hijo de Bolívar, otro Cristo resucitado. Otro caudillo que cree en el centralismo, en la prevalencia del uniforme, de la subordinación y de los grandes desfiles que buscan demostrar que él, y solo él tiene el control de nuestro destino. Cierto es lo que dicen: Se puede disfrutar de las mieles de la sabiduría sin ser un erudito: nuestro caudillo es fiel reflejo de ello. Y mientras tanto, Venezuela celebra 200 años de pava, que prometen ser más.

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