Seguro conocen la sensación: ese
momento en el que escuchas una voz interna que te advierte. Y te detienes a
valorar si vale la pena hacer caso, prestar atención o no. Ese instinto que
tienen tan refinado las madres o las abuelas, que todo lo saben. Una conseja
para la cual somos sordos cuando adolecemos de juventud y catalogamos de
fastidiosas a esas señoras que nos recuerdan que no debemos llegar tarde, que
es mejor no hacer ciertas cosas. Es una sabiduría que solo llega con la edad.
Rotten Town es, de algún modo, la
mejor representación de esa advertencia: mosca, cuidado, por ahí no te metas...
Y el arte termina imitando a la vida, de forma casi premonitoria. Juan David
Chacón, mejor conocido como Onechot (@onechot en twitter) está ahora, tal y
como su video denuncia, luchando por su vida y representando el fin de un joven
cualquiera en un barrio de Caracas: acribillado a manos del hampa.
Un disparo en la cabeza durante
lo que parece ser un intento de robo de su vehículo llevó al rapero a la terapia
intensiva de una clínica -porque además, acudir a un hospital público puede ser
una manera sencilla de encontrarse con la muerte y no con la vida-. Onechot se
cansó de sobrevivir en una ciudad chorreante de sangre y así nos lo hizo saber
en un video musical que de inmediato levantó alarmas en un gobierno experto en
culpar al mensajero y no al mensaje. Demasiada violencia, demasiado
sensacionalismo, dirían voces oficiales. Demasiada indolencia, dicen los que, desde
la otra acera, sufren la pérdida de un hijo. “No es justo” es la frase más
escuchada en estos casos.
Esta misma ciudad fue capaz de
cobrarle cara la afrenta de denunciar la violencia con tanta o más violencia. Onechot
entró a formar parte de las estadísticas de las víctimas de los actos
criminales que tienen a Caracas como una de las más peligrosas del mundo. Decenas
de asesinatos cada fin de semana así lo atestiguan. Decenas de familias de luto
frente a una morgue colapsada por tanto dolor y tanto olor a muerte.
Caracas es mucho más que sufrimiento,
violencia y muerte. Esta ciudad es mucho más que un hilo de sangre en una
escalera o, como lo diría Desorden Público, “un muñequito de tiza en la acera”.
Lamentablemente, ante estas situaciones, la Caracas cortés, alegre y dócil
parece perderse, diluirse en un frenesí de gente que ruega cada noche poder
llegar vivo a su casa.
Hace un buen rato se nos olvidó
que podemos vivir en paz. Recordar lo que eso significa es uno de los grandes
retos que tenemos por delante.
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