6 de febrero de 2013

Pedro Pérez



Día 1.

No se emocionen. No creo que esta bitácora termine actualizándose día a día, pero es que lo de ayer es para contarlo.

El primo de mi cuñado es gobernador de un club Rotario por estos lares. Resulta que anoche había reunión, tenían una conferencia. Y el primo, como en oportunidades anteriores, había invitado a mi cuñado y a mi hermana a esta reunión.

Recibo una llamada de Juan Carlos: "Cuñao, vístete que como a las 8pm vamos a la reunión de los rotarios, así comienzas a conocer gente". Pues que así sea, digo yo.

Como buenos venezolanos, llegamos 10 minutos tarde a la conferencia, la cual se realizaba en un pequeño pero lujoso salón de un hotel que reposa en las riberas del Guadalquivir. Tal como si la cuenta estuviese perfectamente cuadrada, solo quedaban tres asientos disponibles para los tres tardíos invitados. La reunión no sobrepasaba las 30 personas.

El profesor invitado conversaba animadamente sobre la historia de los Congresos Internacionales de Matemáticas. Esta fue la primera gran sorpresa de la noche: este señor, de unos cincuentipocos años, había dedicado su más reciente investigación a recopilar toda la data acerca de los matemáticos que han participado en estos congresos, que se realizan cada 4 años, y en la que se entrega una medalla equivalente al Premio Nobel de matemáticas (que no existe, es decir, no se entrega, por alguna razón que aun no queda clara en la historia de Alfred Nobel): se trata de la medalla Fields, llamada así en honor al matemático Jhon Charles Fields.

Nos contó una serie de anécdotas alrededor de los congresos, la vida de algunos matemáticos ilustres del siglo XX y las peripecias para encontrar archivos históricos relacionados con estos eventos; historias por demás encantadoras que hicieron de una invitación tan improbable un evento muy agradable. Toda la audiencia estaba embelesada escuchando los cuentos de este señor que, al final, arrancó un cálido aplauso entre los presentes.

Luego comenzó el momento de compartir con el grupo, conversar sobre lo mucho y lo poco, esto y aquello. No faltaban el vino, la cerveza y los pasapalos, todo de muy buen nivel considerando el lugar en el que nos encontrábamos: tortilla española servida en cubitos, en platos individuales del tamaño de una ostia; croquetas que se disolvían al entrar en contacto con tus papilas gustativas, frutos secos variados, aceitunas enormes previamente deshuesadas con sabor a padrenuestro.

Allí conocí a Pedro Pérez. Para mi fortuna, un nombre muy fácil de recordar. Resultó ser jurista, un señor que también estaría alrededor de los cincuenta -edad promedio de la reunión seguramente-. La conversación giró alrededor del tema más polémico en España: los casos de corrupción que comienzan a surgir entre miembros del Partido Popular. No estoy demasiado al tanto del caso, pero la conversación discurría sobre aguas en las que me sentía más o menos cómodo: hablar de corrupción, el funcionamiento de la justicia y de los medios de comunicación es algo en lo que los venezolanos tenemos un postgrado.

El hombre comentaba, preocupado, cómo estos casos hacían traslucir una serie de problemas que ponían a prueba la democracia española. El primer argumento era la necesidad de una ley que obligara a los partidos políticos a ser transparentes con sus finanzas. Luego, recordaba que lo más importante es la sagrada institución de la presidencia de gobierno y no quien la ocupa, por lo cual, si se demostraba que la persona a cargo había cometido delito, pues no tendría que haber problema en destituirlo y nombrar a otra mientras eso salvaguardara la integridad de la institución. Por otro lado, se preocupó por las muestras de partidización y falta de independencia de la fiscalía, la cual debería abrir una investigación de oficio ante las denuncias aparecidas en los diarios, lo cual llevaba al punto del rol de los medios de comunicación y la urgencia de que estos se apeguen a su norma ética de informar la verdad comprobada y comprobable. Para cerrar con una sentencia inexorable: todo esto debe ser así para, entre otras cosas, cuidar la imagen de España en el mundo ya que, si se pierde la confianza en las instituciones, no habría inversiones y la economía también se vería afectada, más aún de lo que ya está. Y remata diciendo que España no está siendo gobernada por españoles, sino por Europa, quien le obliga a tomar las medidas que está tomando.

Ustedes me conocen y saben que para mi era simplemente imposible hacer todos los paralelismos con la situación que, desde lo que parecen ya siglos, estamos viviendo: transparencia del financiamiento a los partidos políticos; institucionalidad vs. personalismo; independencia de poderes; ética periodística; confianza para reestablecer el rumbo económico y soberanía. Los mismos problemas, copiados al calco.

¿Dónde radica la diferencia? ¿En la magnitud de estos problemas? ¿En la cultura política? ¿En el sustento moral y ético de ambas sociedades? ¿En la esperanza?

No dudo que vuelva a ver a Pedro Pérez: hay la idea entusiasta de que, en alguna próxima oportunidad, vaya a conversar con este mismo grupo acerca de la situación venezolana. Espero que no se decepcionen cuando se den cuenta que la historia es la misma.

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