16 de enero de 2008

Ojos que no ven...

Estaba enceguecido. La imagen fue como un flash que nubló su mente, y de entrada lamentó que no nublara también su vista, porque siempre hubiese preferido no ver. Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente, y cuando pensaba sobre eso su conclusión siempre fue que ese refrán era una gran estupidez. Ahora era él quien se sentía un estúpido, porque había visto lo que su corazón quizás hubiese preferido no ver.
Su cuerpo reaccionó solo. No era hombre de armar escándalos, de perder los estribos, así que salió del cuarto del hotel con la misma rapidez con la que había entrado. Decidió no esperar el ascensor, porque lo mejor era huir lo más rápido posible de aquella escena dantesca y no dar chance a los protagonistas de la habitación 412 de alcanzarlos. Ya tendría oportunidad de hablar con su mujer.
- ¿Y qué carajo le vas a decir, si se puede saber?
Esa era la pregunta que le asaltaba. ¿Sería capaz de perdonar a su esposa? ¿O se enfrentaría al largo y terrible proceso del divorcio? ¿Y sus hijos? ¿Qué va a pasar con ellos?
- ¿Por qué? ¿Por qué me echó esta vaina?
Mientras se hacía todas estas preguntas, bajaba las escaleras de forma inconsciente, sus piernas se movían solas. No sabía adonde ir: se suponía que estaban aprovechando la convención de la empresa para disfrutar de un paseo bien merecido. Y resulta que ella no esperó a que él se fuera a cumplir con las obligaciones del viaje para disfrutar de los placeres de una cama anónima.
- ¿Pero quien es este tipo? ¿De dónde salió? ¿Cuánto tiempo tendrán juntos?
Eran demasiadas cuestiones sin resolver. Pero sabía que no podría tener una conversación decente en este momento. Los gritos, el llanto, no llevarían a ninguna parte. Era mejor así, dejar que el momento pasara para pensar mejor lo que sería el futuro de la relación.
No había terminado de armar esa frase es su cabeza cuando uno de los escalones se movió. O al menos esa fue la impresión que tuvo cuando pisó en falso y rodó escalera abajo. Su cuerpo se movía inconexo. Intentaba agarrarse de los pasamanos pero todo pasaba demasiado rápido. La gravedad era una fuerza incontrolable. Y a medida que caía, sentía como se quebraba algún hueso de las extremidades, o se golpeaba la cabeza. La caída era cada vez más aparatosa -"espero que nadie la esté viendo... ¡hay que ver que hasta en estos trances lo último que se pierde es el sentido de la vergüenza!"-.
Muchos años después -o al menos eso le parecía en su cabeza, porque en realidad todo ocurrió en unos pocos segundos-, todo a su alrededor se detuvo, y su mente se desconectó.

Momentos después, el hotel se llenó de gente: paramédicos, empleados, curiosos. entre ellos, una mujer y un hombre en bata de baño presenciaban la escena: el accidentado era el hombre que había entrado intempestivamente a su habitación. Otra mujer lloraba a su marido que era llevado inconsciente en una camilla a la ambulancia.
- ¿Quién era ese señor?- preguntó la mujer en paños menores.
- Un huesped. Habitación 312- contestó el gerente del hotel.

La imagen es un dibujo de Indira Montoya, o Mariposa Furiosa, llamado "La Caída"

4 comentarios:

gustavo dijo...

Preguntar primero y disparar después, es una máxima que no debemos olvidar. SI nos dejaramos llevar por lo que percibimos en primera instancia, cuántos errores pudiesemos cometer. excelente relato.

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

A veces los seres humanos vemos nuestros fantasmas y, de paso, nos asustamos. Y, como decía mi Abuela “La Filósofa”, de ese hilo tengo innumerables bobinas industriales –los canutos quedan pequeños-.

Todo lo mejor para ti.

PS: Excelente. Saludos a Rosemary.

Naky Soto Parra dijo...

¡Mi hermano querido! Y yo ahí empreñada, pensando siempre que la hilación se parecerá a las conocidas, yo aquí jurando que se esmoñarían en una discusión sin frenos, en fin, yo aquí, y tú allá, con tus resoluciones brillantes e inesperadas. Tú allá, pues.

Un abrazo enorme,

Anónimo dijo...
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