26 de febrero de 2014

El diálogo (im)posible.

La investigadora Margarita López Maya, desde hace ya varios años, viene escribiendo y explicando que en Venezuela, la polarización es una política de Estado. Algún estratega decidió que la mejor manera de sacar máximo provecho a su estancia en el poder era enfrentando a los venezolanos. Crear bandos, generar enemigos, alimentar resentimientos y convertir en trofeos la humillación y el odio.

Eso pasa hasta en las mejores familias.

Los países pueden llegar a ser la sombra de lo que fueron. Incluso pueden llegar a no parecerse siquiera a lo que alguna vez fueron. Destruirse. Aniquilarse. Es una senda que se escoge. Uno elige presionar el botón. Y últimamente, a una parte del país la hemos visto -ahora desde lejos, lejos pero no ausentes-, enfrascarse en la necesidad de resolver esto ya. Porque el país ya no aguanta más.

Y sin embargo, mientras en Chacao y Prados del Este hay barricadas, en el centro de Caracas o en Antímano todo parece estar más tranquilo. Y mientras unas ciudades se incendian, otros lugares parecen ser espectadores o incluso podrían no tener idea de lo que ocurre.

Policías y ladrones

Es difícil pensar que las condiciones para un diálogo estén dadas. Escuchamos con cuidado a Henry Falcón, gobernador de Falcón, pedirle al presidente Nicolás Maduro que por el rumbo que llevamos no llegaremos lejos. Escuchamos reiteradamente a Henrique Capriles, gobernador de Miranda, recordarle al país que no hay forma de que avancemos si no nos entendemos. Si no nos reconocemos en el otro.

Porque somos un espejo del otro. En ese juego de polarizaciones, más allá de la ideología, todo se reduce a "los buenos contra los malos". Pero no es como cuando éramos niños, en el que policías y ladrones significaba "policías buenos" y "ladrones malos". No es un cuento de hadas, en el que la bruja es mala y la princesa es buena y los roles están perfectamente delimitados.

Aquí estamos entrampados.

Mi amigo Yimmi Castillo apuesta por reconstruir el diálogo desde la base. Olvidarnos de lo que ocurre en la cúpula política y comenzar desde nuestro entorno a tratar de comprendernos. A reconocernos, primero. A respetarnos, primero. A escucharnos, primero.

Ya en 2002, nuestro querido profesor Massimo Desiato (era un gusto escucharlo y es una verdadera pena que ya no esté con nosotros), escribía acerca de lo difícil que resulta dialogar. Y llamo la atención sobre su primer párrafo, algo que a veces pasamos por alto: el diálogo presupone buena voluntad. Debes tener el deseo, las ganas, el convencimiento, de que la crisis la resuelves a través del diálogo.

Preguntas para el diálogo

Entonces, ¿por qué este diálogo es tan difícil que se logre?

¿Creemos que la crisis se soluciona con el diálogo? 
Los extremos parecen negarlo. Muchos gritan por un cambio inmediato de gobierno, acabar con los culpables de esta situación... y otros juran que "no volverán", que con la derecha fascista golpista no hay nada que dialogar.

¿Respetamos al otro? 
Tampoco. Expresiones van y vienen denigrando a quien creyó en Chávez y a quien apoya a la oposición. De hecho, no solo llegamos a los insultos, sino que vamos más allá: negamos su esencia. Dejan de ser "personas". No somos nada.

¿Estamos dispuestos a escuchar?
Esta es complicada. Nuestra cabeza está tan encendida, nuestro deseo de apabullar al otro es tal, y nuestras creencias sobre el otro son tan terribles, que creemos que el otro nos debe escuchar, obligatoriamente, porque nosotros tenemos la razón. Ellos no, y por eso, no tienen nada que decir. Solo escuchar y aceptar lo que yo le digo. Porque es así, y punto.

- ¿Sabemos -de verdad- lo que queremos decir?
Créanme: muchas veces no tenemos ni el más mínimo de los argumentos. Muchas veces lo que decimos son falacias, medias verdades, nos volvemos ecos de rumores o informaciones falsas. Incluso, nuestro sistema de creencias está prácticamente sostenido con unos pocos alfileres que, al más mínimo sacudón, cae estrepitosamente. No intentes defender lo que realmente no conoces. Seamos honestos. Muchos de nosotros no tiene idea de lo que significa de verdad vivir en democracia o con qué se come el socialismo del siglo XXI. Las incongruencias están a la orden del día. Y lo que es peor: es posible que terminemos justificando acciones que contradicen abiertamente nuestro "sistema de creencias y valores", lo que demuestra a leguas que, en realidad, esos valores no los tenemos tan arraigados.

¿Estamos dispuestos a cambiar?
Y esta es la más difícil. Si usted decide tener la buena voluntad de dialogar, es porque entiende que es posible que algo de su postura, en algún momento, puede cambiar. Para el encuentro con el otro, para nuestro entendimiento, para la búsqueda de la paz, tenemos que movernos de nuestra zona. Tenemos que reconocer que el otro podría tener razón en algunos de sus planteamientos. Aceptarlos con honestidad. Y no hay nada más complicado que decirnos a nosotros mismos: Me equivoqué.

Igual te sigo queriendo

Nuestros prejuicios andan en desbandada. Sueltos, libres, haciéndonos el peor de los daños, que no es otro que sembrar el odio entre los venezolanos.

Esa relación de odio debe terminar. Así como las relaciones de amor también terminan, esta tiene que tener un final.

Un buen amigo, en una conferencia, decía que para el fin de una relación, hay cuatro palabras mágicas: Lo siento, perdóname, gracias y te quiero mucho. Siento todo lo que hice; perdóname por no haber cumplido con tus expectativas; gracias por haber hecho el esfuerzo y, a pesar de todo, igual te seguiré queriendo.

No debe ser sencillo decirle todo esto a quien, por años, has considerado tu enemigo. ¿Será esto posible?

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