11 de abril de 2011

Las patas sucias


-  ¡Ni se les ocurra montarse en la cama con las patas llenas de mugre!


Yo no sé cómo es que las madres no se dan cuenta de lo incongruentes que pueden llegar a ser. Estemos claros: si camino con los pies en el suelo, sin sandalia, chancleta, chola, zapato, zueco o cualquier cosa que se le parezca, es por pura imitación, modelaje que llaman. En casa siempre hemos visto a mi mamá caminando descalza. Recorre la casa entera recogiendo con las plantas de los pies todo el polvo que la naturaleza deposita en el pavimento.

Claro, ella tiene su excusa: camina descalza para poder sentir el momento en el que la casa necesita ser barrida y coleteada otra vez. Y cuando digo “otra vez” no es de gratis. Esa señora tiene la manía –porque de verdad parece una obsesión- de mantenerlo todo impecable, pulcro y “en su santo lugar”.

-  Es que todo tiene su puesto, mijito, y nada debería estar fuera de su puesto.

Las peleas por el desorden eran eternas. Que si tu cuarto es zona de guerra y un día de estos va a aparecer un muerto debajo del montón de ropa sucia, que si la mesa de comedor parece un barco pirata; ¿cuándo es que vas a recoger el poco e´ libros esos, si ya terminaste de estudiar?; que si yo pretendía dejar los zapatos atravesados en mitad de la sala porque ella me los lanzaría por los aires para pegármelos en la cabeza, que con esos zapatos tan grandes el que se tropiece se mata; que a quién se le había ocurrido dejar la pasta dental abierta que dejó todo el lavamanos manchado…

Cualquier momento era bueno para pegar cuatro gritos. Supongo que los vecinos los escucharían todo el tiempo. Pero es que las familias orientales son así: gritones, espléndidos en el arte de hacerse escuchar. Dicen que es la cercanía al mar y que las casas son siempre tan grandes que hay que gritar para que te escuchen de un lado a otro. La casa de mi abuela en Güiria era así, enorme. Quedaba en todo el frente de la plaza Bolívar. Bueno, en rigor, aún está allí, pero ya nadie habita en ella. Es la perfecta casa de pueblo, con zaguán, jardín interno y varios cuartos distribuidos a todo lo largo de la casa, y remata en un patio adornado con una mata de aguacate y un tanque de agua que fungía de piscina para cualquier hora del día o de la noche en que hiciera calor –que eran casi todas-. El piso era de granito, por lo que caminar descalzos sobre él era una delicia… aunque tremendamente peligroso si estabas mojado por haberte estado bañando en el tanque. Más de uno se dio un buen golpe en el cogote al resbalar en medio del comedor. 

- ¡Quién lo mandó a estar buscando comida a esta hora! ¡Es que no para de comer!

Las vacaciones en Güiria eran maravillosas. La gente me pregunta cómo es que podía aguantar las doce horas de camino que separan a Caracas del pueblo más cercano a Trinidad. Allá se acaba la carretera nacional: después del pueblo natal de mi abuelo no hay nada. Cualquier otro caserío en la costa de Paria tiene acceso solo por mar, incluyendo a Macuro, lugar donde desembarcó Colón en su tercer viaje hace unos 500 años. Yo incluso llegaba a enfermarme durante el viaje en el carro, se me subía la temperatura, tal era la emoción que me generaba saberme en camino a las temporadas más divertidas que puedo recordar.

En esa casa inmensa de techos altísimos e inagotables corrientes de aire nacieron todos mis tíos, nueve para ser exactos, hijos de Avelino y Josefina. La escena tuvo que haber ocurrido cientos de veces: alguno de ellos cogía para la plaza sin permiso, y mi abuela detrás pegaba tres gritos.

- Mira, muchacho del carajo, ¿para dónde vas tú? ¿Quién te dio permiso a ti de salir?

De ahí la gritadera. De ahí las patas sucias. De ahí las ganas de bañarme en interiores en medio de la Plaza Bolívar bajo los palos de agua que caen en ese pueblo al que ahora no visito con tanta frecuencia como quisiera. A veces se me olvida limpiarme los pies antes de acostarme, o dejo los zapatos atravesados en medio de la sala y la mesa llena de libros, esperando escuchar los gritos de mi abuela o –lo que se hereda no se hurta, dicen- los de mi mamá, recriminando el oscuro y asqueroso color de mis patas.
_________________
La foto es de @Naky y los textos son míos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

tanta discucion por andar en patas