Una de las cosas más democráticas que tiene el planeta es la lluvia. Cuando cae, no tiene distingo de raza, credo, orientación sexual o clase social. Cae sin contemplaciones, sin miramientos.
Y justo porque no tiene preferencias, la naturaleza tampoco suele estar pendiente de quienes sufren las consecuencias de sus manifestaciones más contundentes. Los terremotos, tsunamis o tormentas suelen tener un paso arrollador que termina cambiando la vida de quienes habitan las zonas donde se presentan estos fenómenos naturales. En nuestro caso, la lluvia cae sin imaginar que el río Guaire puede llegar a salir de su cauce, porque el embaulamiento no logra contener la fuerza del agua. Que esa corriente gigantesca es capaz de socavar las bases de la autopista hasta ponerla al borde del colapso.
La lluvia no tiene por qué pensar que un árbol puede caer sobre un automóvil y acabar con la vida de su conductor, o generar lagunas enormes que hacen que los carros se ahoguen cuando intentan cruzarlas. El aguacero no es responsable de hacer que las quebradas caraqueñas crezcan hasta introducirse en las casas construidas a su alrededor, obligando a sus habitantes a abrir orificios en las paredes para que el agua desocupe más rápidamente su hogar y de este modo intentar recuperar algunos de sus enseres.
Si le preguntan a algunos de los expertos de nuestro país en el tema de protección civil y prevención de desastres (como Carlos Genatios o Ángel Rangel, por ejemplo), escucharán el discurso que ha sido repetido hasta la saciedad pero que, lamentablemente, es palabra hueca para quienes, en definitiva, deben tomar las decisiones de políticas públicas que eviten males mayores. Nos explicarán que ha sido el hombre quien, en su afán por domar a la naturaleza, o simplemente hacer caso omiso de sus advertencias, continúa construyendo cerca de ríos y quebradas, en terrenos inestables. O que algunas infraestructuras requieren de un mantenimiento que no se hace por las más diversas razones. E incluso, que a pesar de las advertencias de organizaciones gremiales como el Colegio de Ingenieros, no se hace nada para que puentes, autopistas o casas no colapsen.
La ciudad de Mérida se encuentra prácticamente incomunicada por las lluvias, con derrumbes que afectaron las vías hacia El Vigía o el páramo. Caracas vivió momentos de angustia en la carretera vieja hacia Guarenas, en la propia autopista CCS-Guatire o en la que comunica con La Guaira. También hubo derrumbes en la bajada de Tazón, en la vía que comunica Santa Mónica con Cumbres de Cúrumo y hasta colapsó la autopista Francisco Fajardo a nivel de Antímano-Mamera. Las lagunas se hicieron presentes en muchos lugares de la ciudad y un árbol le quitó la vida a un doctor que iba en su automóvil en Las Mercedes. En Maracaibo, la situación es similar y ya se cuentan en varias centenas las personas afectadas por las inundaciones.
Todo eso ocurrió en un día de lluvias. Un día que han sido varios, porque desde hace unos cuantos días no ha parado de llover en todo el país. Y es como si viviéramos otra vez en 1999. Con la diferencia de que 13 años después y con una Ley Habilitante "para las lluvias", no se justifica que el miedo siga instalado en nuestra conciencia cada vez que al cielo le da por democratizarse.
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