Increíblemente, en los últimos meses hemos venido desarrollando algunas técnicas y habilidades para paliar la situación de escasez de alimentos que estamos viviendo los venezolanos.
Hacer mercado siempre ha tenido su truco, y eso lo saben todas las personas a cargo de las compras en sus hogares. Yo, por ejemplo, desde hace mucho tiempo dejé de hacer mercado los fines de semana. Las colas en las cajas, la lucha por un puesto en el estacionamiento, la larga espera para que llegue tu número en la charcutería... Prefería ir un día de semana, temprano en las mañanas (la ventaja de ser tu propio jefe). La única desventaja de esa técnica es que era posible que las verduras no estuviesen tan frescas o que simplemente quedara solo los restantes indeseables de tomates, pimentones o acelgas. Pero evitar el gentío y las colas bien lo valía.
Tampoco me gustó nunca hacer recorridos por varios mercados caraqueños. Iba a uno solo, compraba lo que encontraba, y lo que no lo sustituía o simplemente me hacía el loco y dejaba de comer arroz por unos días, o de tomar café con leche otros días, y así fui preparando mi organismo a una dieta poco organizada, al mejor estilo Eudomariano de "como vaya viniendo, vamos viendo".
Últimamente, la recomendación es no hacer mercado. No salga pensando en ir a hacer las compras de la semana o la quincena. La razón: saldrá deprimido, decepcionado y extenuado. No va a encontrar casi nada de lo que necesita, comprará algunas por el solo capricho de llenar el carrito y pagará un montón de dinero a razón de la inflación galopante que golpea nuestra economía.
Ahora la técnica es la siguiente: usted salga a la calle sin pensar siquiera en la comida. Vaya a hacer sus diligencias de siempre. Pasee. Camine. Pero afine sus sentidos, sobre todo la vista: Cada vez que vea a una persona caminando con bolsas de supermercado, chequee con meticulosidad dos cosas: los productos que lleva y el nombre del supermercado escrito en la bolsa.
Así, por ejemplo, logré comprar leche en polvo. En mi casa se compra leche en polvo por dos razones: el café con leche de las mañanas y las panquecas del domingo. Y ya tenía más de dos semanas sin tomar café. Por esas cosas de la vida, tuve que ir a hacer una diligencia en Los Teques. Richard manejaba mientras conversaba con un amigo que andaba con nosotros y yo simplemente miraba hacia la calle cuando, como si se tratara de una aparición celestial, se nos atravesó una señora con dos bolsas plásticas con cuatro kilos de leche.
- ¡Marico, leche en polvo!
- ¿Dónde?
- ¡No sé, debe haber un abasto más adelante!
En efecto, 5 segundos después nos encontramos con el lugar. Estaba repleto de personas, todos anhelando lo mismo: comprar sus 4 kilos de leche por persona.
- ¿Te atreves?
Nos bajamos del carro corriendo, ante la posibilidad de que se acabara la leche antes de que llegáramos a ella. La cola, gracias a Dios, no era muy larga porque los dos cajeros del abasto trataban de cobrar lo más rápido posible los 120 bolívares que costaban los cuatro paquetes.
Corrí con suerte: entre mi amigo y yo pudimos comprar 8 kilos. Prácticamente los únicos que quedaban.
Eso se llama ser un hombre con mucha leche.
Supongo que esto me convierte en acaparador. Pero, a estas alturas, ¿qué importa? Al final, todos, absolutamente todos, terminamos comprando la mayor cantidad posible de ese producto (harina de maíz, arroz, margarina, aceite, papel higiénico o cualquier otro) que tiene días, semanas o meses desaparecido, no vaya a ser que se vuelva a acabar y pase mucho tiempo para que llegue de nuevo a sus manos.
Yo calculo que tengo leche en polvo para un par de meses. Igual habrá que racionarla para que dure todo lo que pueda en la despensa. Normal, pues.