
Miraba al techo blanco.
Una araña bajaba. Parecía más bien que volaba. Poco a poco, hilaba su tela y descendía. Ágilmente movía sus patas para continuar produciendo metros y metros de filamento resistente y flexible.
Miraba al techo blanco, y miraba a la arañita que cada vez más se acercaba.
Sopló. La araña se detuvo un instante, sintiendo la súbita ráfaga de viento, esperando a que el sorprendente huracán pasara. Volvió a soplar, y la araña se mantuvo aun más quieta, balanceándose en su hilo, confiada de que no cedería ante las fuerzas de la naturaleza.
Decidió no soplar de nuevo. La araña siguió su camino descendiente. Cada vez estaba más cerca del rostro que miraba el techo blanco. Según sus cálculos, si la araña seguía su rumbo, caería en algún lugar entre su nariz y su boca.
Mientras más se acercaba, más grande la veía. Ya a pocos centímetros de su cara, decidió dejar de respirar, para que la araña no se asustara.
En algún momento su mirada se hizo borrosa, tan cerca estaba. Justo antes de llegar, la araña se detuvo. Faltaban solo pocos milímetros para que la araña tocara la punta de su nariz. Casi podía sentirla, escuchando su cabeza mientras decidía si bajar o no bajar. Fue un instante que se hizo eterno.
Y finalmente, ocurrió. La araña saltó, cayendo sobre su nariz, y de inmediato se ocultó en la caverna cálida y oscura que había decidido que se convertiría en su nuevo hogar. Allí tejió su tela y vivió feliz.
El niño estaba feliz de tener una nueva amiga. Desde que quedó confinado a esa cama de hospital, en la que no podía moverse, se sintió solo, a pesar de que todos estuvieran allí para acompañarlo.
Ahora tenía a su araña, que no lo abandonaría nunca más. Ahora podía hablar con alguien cada vez que quisiera, y ella le contestaba. Le encantaba sentir las cosquillas en su nariz: sabía que su araña estaba allí, acariciándolo con sus delicadas patas. Era una razón más para vivir.
Un buen día, sin querer, el niño estornudó, y se acabaron las cosquillas. Y se puso triste. Ese día supo que nunca más olvidaría a su araña, la araña que vivió en su nariz.
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La obra se llama "La Araña", y es de la artista Asunción Folch.