Sentía que no le había servido de nada todo el esfuerzo que durante tantos años había hecho para llegar a donde estaba... hasta hace cinco minutos. Fueron toneladas de libros, kilómetros de lecciones, muchas, muchísimas horas de trabajo, que hace apenas instantes perdieron todo sentido.
De nada valió haberle jurado a su madre que no se quedaría viviendo en el barrio cuando apenas tenía 12 años y haberle cumplido la promesa poco tiempo después, en medio de lágrimas cargadas de tristeza y de esperanza al mismo tiempo. Poco fue lo que logró después de dedicarse a lavar autos durante el día, hasta que por dedos solo tenía llagas. Y suerte que tuvo que el dueño del local le vio las ganas de trabajar y poco a poco lo fue ayudando. Siempre estaría agradecido con Manuel, que se comportó como el papá que nunca tuvo, porque esa era la historia de nunca acabar en el cerro de donde venía. Por él siguió estudiando, por su insistencia se hizo bachiller y luego estudió un técnico en contabilidad en una universidad pública, mientras seguía ayudando a Manuel en el negocio.
Fue Manuel quien le propuso que montaran otra sucursal, y que fuera él, el mismo muchacho que comenzó lavando carros, quien se hiciera cargo. Y así fue como logró alquilar un apartamento pequeño pero cómodo. Así fue como se convirtió en un hombre, con profesión y con trabajo. Y sobre todo, sin rastros de haber pertenecido a aquel lugar que ahora se le hacía confuso en su memoria.
Toda esa seguridad, toda esa historia se vino abajo en un momento. Fue una cachetada sonora y dolorosa, que llegó sin aviso y sin protesto, cuando abrió la puerta de su casa.
Había conocido a Lucía en el autolavado. Ella llevaba su carrito regularmente, y él la veía como a una diosa que pasaba por ahí cada 15 días. Lo saludaba con cortesía y él siempre la recibía con una sonrisa. Soñaba con su presencia, con su aroma siempre mezclado con el olor del detergente. Lo que él no sabía es que ella vivía un idilio similar, hasta que un buen día, sin que nadie lo hubiera planeado, conversaron un poco más de la cuenta. Se cayeron unas monedas, luego es ella la que casi se cae. Un accidente tras otro dieron pie a una valiente invitación de parte de él y que ella aceptó gustosa.
Fue un amor que creció poquito a poco, alimentándose de sonrisas cotidianas, de besos robados en el ascensor y de sexo rapidito porque llego tarde. Fue un amor sin pretensiones, de esos que no parecen sacados de cuentos de hadas, no había poemas ni canciones. Se había enamorado como nunca había pensado que el amor era posible. Eran solo ellos dos y eran más que suficientes. No hacía falta nada más. O al menos eso creía él hasta hace cinco minutos, cuando abrió esa puerta.
La abrió y no pudo articular palabra alguna. Se dio media vuelta y no supo más de sí.
Tenía que haberla llamado antes. Tenía que haberle avisado que llegaría. Quizás así le hubiera dado tiempo de ocultar las evidencias. Quien sabe si es preferible no saber, no ver, no sentir. Ahora no se podía sacar de la cabeza la imagen de Lucía en la cama, en absoluta entrega con alguien más que no era él. Esa imagen y la maldita canción que le acompañaba, ese vallenato arrabalero que escuchó más de una vez en la puerta del bar de mala muerte del barrio martillándole los sesos con estridencia. Todavía le hacía sentir el olor a cigarro y a ron barato que acompañaba a los golpes que más de una vez recibió su madre de uno de los tantos que pasó por su vida y que no le dejaron otra cosa que marcas en la piel y en el alma. Todavía podía escuchar los disparos frecuentes, disfrazados por la música que sale de alguna de las tantas ventanas abiertas de los ranchos amontonados. La misma música que le recuerda hasta la saciedad quién es, y que no importa lo que haya hecho, la traición se hizo parte de su historia.
Hacía cinco minutos había abierto las puertas del infierno y entró. Y no habrá nada en el mundo que apacigüe el ruido que ahora ocupa su cabeza.
2 comentarios:
Te felicito. Me ha gustado mucho, narrado de una forma precisa y acompañado de música al final porque abrí la canción en otra pestaña y sonaba cuando leía el final. Así pues hasta con acompañamiento musical.
Muy bueno, de veras.
Saludos.
¿Qué decirte queridísimo? ¡Me cae de perlas en medio de este maremagno de depres trasnochadas y cohetes y disparos al aire!
Que te quiero, ¡muy buena narración!
Un abrazo cantadito,
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