1 de abril de 2008

Pelea

- ¡Coño!
- ¿Qué pasó?
- Esta vaina...
- Pero bueno, chico, no lo tomes así.
- Es que tú sabes cómo me arrecha...
- ¡Claro que sé!
- ¿Y entonces, si sabes, para qué preguntas?
- ¿No quieres que pregunte?
- ¡Ah, entonces quieres que me arreche!
- Bueno, eso no es difícil lograrlo.
- ¿Tú disfrutas esto? ¡Claro, eso es! Es que tu te gozas con esto...
- Tanto como disfrutarlo, no, no me alegra... pero me excita.
- ¿Te volviste loca?
- Y no tengo ni idea de la razón. Me provoca saltarte encima y hacerte rugir.
- Tú eres una vaina seria.
- Por eso me amas.
- Me sacas de quicio. No puedo creer que durante todo este tiempo hayas provocado mi ira por puro gusto.
- Es que no sé, hay algo en tu cara, en tu tono de voz, en tus movimientos, cuando estas molesto... no sé.
- ¿En mi cara?
- Si, las cejas hacen un arco... se te marca la comisura de los labios...
- ¿Y ahora qué se supone que debo hacer yo con esta confesión?
- ¿Quieres un trago?

Él la miró extrañado. Ahora era ese rostro, los ojos de su mujer, los que tenían algo de irreconocible, un brillo que nunca había notado -pero que de seguro siempre estuvo allí-. Se tomaron el trago, y luego otro y otro más. Esa noche hicieron el amor como salvajes, como fue la primera vez que se encontraron, pero con una intensidad inexplorada por ambos.
Los vecinos llamaron a la policía. Al llegar, tuvieron que tumbar la puerta para ser testigos de los restos de dos amantes que, la noche anterior, habían tenido su última pelea.
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La foto la encontré en un lugar llamado Necropoliz, y aunque estuve buscando el nombre del autor, no lo encontré.

2 comentarios:

Câline dijo...

Esto se parece a las peleas "de mentirita" que me invento con el F.
Mis saludos cordiales y achuchones a los perritos!

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

No sé por qué, cada vez que te leo, temo a tus últimas palabras. Tienes la virtud de cambiarme todo en esas últimas palabras, en esas últimas frases y me hacen volver a releerte el texto con otra óptica, degustando cada giro, cada matiz.
Tú eres quién debe escribir un libro, una novela y no yo.

Todo lo mejor para ti, siempre.