14 de abril de 2006
Josefina
Tengo varios días sin saber exactamente de qué escribir. Me han pasado unas cuantas cosas que valdrían la pena mencionar, relacionadas con el trabajo o con la salud, pero la verdad es que todavía las estoy digiriendo un poco, para entender mejor qué es lo que debo hacer ante ciertas circunstancias.
Sin embargo, en uno de los paseos rutinarios por las bitácoras, me encontré con alguien que me hizo recordar a alguien muy especial para mi y de quien todavía no he escrito la primera vez.
Ana Josefina Estrada de Aellos es el nombre completo de mi abuela materna, mejor conocida como Josefina o Fina. Nació el 06 de abril de 1920, en la isla de Margarita. Muy joven se casó con quien sería mi abuelo, Avelino Aellos Bravo, nacido en Güiria, Estado Sucre, en el año 1912.
Ambos tuvieron 9 hijos -aunque en realidad podrían haber tenido algunos más... mi abuela tuvo varias pérdidas y su hija mayor murió siendo muy pequeña, su nombre era Primitiva-. Andrés, Hilario, Victor, Nuncia, Omar, Aurora, Marleny, Ninoska y Juan Antonio son los nueve, mi mamá es Aurora, la sexta de la dinastía.
Siempre quise escribir sobre esta familia, un tanto singular, un poco loca, disfuncional... pero creo que todos pensamos de una u otra forma que nuestras familias son disfuncionales. El asunto es que mi abuela tuvo ese montón de muchachos, y ya cuando eran grandes, sufría un poco del síndrome de la Loca Luz Caraballo: no se quedaba tranquila hasta que hablara con cada uno de ellos por teléfono todos los días. Sacaba la cuenta con los dedos, preguntándose con quién no había conversado ese día. La familia era bastante unida: mi abuelo vivió enfermo durante los últimos 15 años de su vida, y los hermanos orbitaban alrededor de la casa de mis abuelos, visitándolos a menudo, e incluso con un régimen de cuidados en los que cada uno tenía que pasar la noche con ellos al menos una vez a la semana.
Considerando que mi mamá es la única médico de todos los hermanos, la frecuencia con la que visitábamos a mis abuelos era aun mayor. Pasábamos fines de semana enteros en su casa, un caserón enorme con 5 o 6 habitaciones, un pequeño patio con plantas, terrazas y jardín. Por supuesto, eso me dio la oportunidad de compartir muchas cosas con mi abuela.
Nos encantaba ver televisión juntos. Ella tenía su sillón reclinable, y yo me sentaba a su lado en una poltrona verde. Pero lo más sabroso de ese momento es que, como todos los viejitos, la piel de mi abuela era bastante flácida, más aún en aquellos lugares que quedan a merced de la gravedad. Entonces, mientras veíamos alguna telenovela, yo la tomaba por el brazo y jugaba con la piel colgante, cosa que a ella le causaba mucha gracia. Podía pasar la hora entera viendo "La Dueña" con Amanda Gutiérrez vengándose de todo el mundo, mientras le hacía ese pequeño masaje en el brazo.
Mi abuela me introdujo en el secreto arte de sacar solitarios con las barajas españolas. Sacaba unos 5 o 6 tipos de solitarios, y luego me prestaba las cartas para que yo sacara algunos bajo su supervisión. Cuando me disponía a mover alguna carta que ella consideraba inconveniente, me detenía y me explicaba cuál carta mover y por qué. A veces le hacía caso, pero otras veces le porfiaba un rato y trataba de sacar el solitario a mi modo. Ella no se molestaba, pero si el solitario se trancaba, terminaba achacándome el error y diciéndome que debí haberle hecho caso.
También sacábamos crucigramas, los de la revista Estampas de los domingos. Pero ahí el ritual era otro. Lo primero era que estaba prohibido escribir ni una letra de su crucigrama, al menos no sin avisarle. Le molestaba encontrar un crucigrama empezado, y mucho más si lo habían hecho con tinta de bolígrafo y no a lápiz. Luego, al sentarnos a hacer el crucigrama, ella leía el enunciado y si lo sabía, lo escribía directamente. Pero si no lo sabía, entonces aceptaba sugerencias. Y siempre, siempre me dejaba buscar en el diccionario, y a mi me entraba una satisfacción enorme cuando le demostraba que la palabra que yo había propuesto era la correcta.
Ya cuando era un poco más grande, empecé a hacer algo que recuerdo como una de mis travesuras con mi abuela: cuando estaba de espaldas, le tomaba la tira de los sostenes y se los levantaba, simulando una cirugía estética manual... Ella se reía horrores cada vez que hacía eso -"tú si tienes vainas, muchacho", decía entre risas-.
Mi abuela fue siempre una mujer muy sana. Siempre le pidió a Dios morir dormida y sola, sin ninguno de sus hijos cerca. Esa solicitud se debía a que mi abuelo, por su parte, pasó muchísimo tiempo en cama, y sus hijos tuvieron que atenderlo con todos los cuidados que requiere una persona mayor que no puede moverse. Todos los sacrificios que vio en sus hijos hacia su padre no quiso que se repitieran con ella.
Justo por la situación de mi abuelo, mi mamá me pidió que viviera con ellos durante los últimos dos años de mis estudios secundarios. Mi mamá me había dicho que, dada la situación de mi abuelo, ella dudaba que mi abuelo viviría mucho más que eso. Y en efecto, así fue. Un par de días después de mi graduación de bachiller, mi abuelo dejó de respirar cerca de las seis de la mañana. Nadie se fijó realmente en la casualidad que significó la fecha de su muerte, hasta que mi abuela, esa noche, en el funeral, le dijo "Me dejas el mismo día que decidiste estar conmigo"... Ese día, 23 de julio, era su aniversario de bodas número 55. Todos nos quedamos un poco fríos ante la noticia, que ensombreció aún más el momento.
Ella decidió mudarse a su casa de Güiria. Mi mamá vivía llamándola día y noche. Allá, mi abuela no estaba sola, dos de sus hijos -Nuncia y Víctor- estaban con ella. Un buen día, por esas cosas de la vida, ambos tenían que salir de viaje, dejando a mi abuela sola en el pueblo por un par de días. Andrés, el mayor, estaría en Miami, a punto de montarse en un crucero con su esposa. Victor iría a Puerto Ordaz a atender asuntos de negocio. Nuncia estaría en Margarita, visitando a la Virgen del Valle por una promesa que todos los años cumplía rigurosamente. Omar vive desde hace 20 años en Houston, EEUU. Marleny vive en Tovar, Edo. Mérida, Ninoska en Maturín, Edo. Monagas y Juan Antonio estaba trabajando en Atlanta en ese momento. Aurora e Hilario estaban en Caracas.
Ante la perspectiva de que mi abuela se quedaría sola, mi mamá ese día la llamó una vez cada hora a partir de las siete de la mañana. Ya cerca del mediodía, mi abuela le pidió que no la volviera a llamar, que ella estaba bien, que almorzaría y se recostaría a hacer la siesta para luego ir a misa (era primer viernes de mes). Mi mamá no quiso molestarla más.
A las cuatro de la tarde recibimos una llamada, yo atendí. "Jogreg, tu abuela se murió". A partir de ese momento, el dolor que nos embargó fue tremendo. Pero ella había muerto como tantas veces se lo pidió a Dios: Sola, durmiendo, con un rosario en la mano. Había dejado la casa perfectamente arreglada, toda la ropa limpia y colocada en su sitio. La encontraron sus amigas, con las que iría a misa, cuando fueron a buscarla y la vieron a través de la ventana, aparentemente dormida.
Mi abuela fue para mi una mujer muy especial. Tenía un carácter muy peculiar. Para mi, estar con ella era estar contento. Solo recuerdo haber peleado con ella una sola vez. Ahora, todo lo que hago, de una u otra forma, está dedicado a ella. La recuerdo siempre, a veces siento que nunca me abandona. Ella siempre lo dijo: yo soy su nieto favorito, y siempre me lo hizo sentir. Pasó mucho tiempo para que pudiese hablar de ella sin que me asaltaran las lágrimas... aunque a veces, todavía se me escapa alguna.
Ella es la razón por la que creo en el cielo: si mi abuela está en algún lado, allá es donde debe estar.
Besos y abrazos a quien corresponda.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
8 comentarios:
lo mejor es que el cielo si existe y tu la encontraraas a ella alli cuando corresponda momai... tu sabes bien que ella siempre esta contigo
Hermoso homenaje a tu mamama. Gracias por compartir esa experiencia con los amigos
precioso texto, las pepas se merecen estos homenajes, sí señor
Hola
Me sorprende lo abierto que es usted con su intimidad. Yo en cambio me debato, qué tanto debo hablar de mi mismo.
Al leerlo, sentía que hablaba de algo universal, de algo que es latente en mucho de nosotros, nuestros abuelos, su ancianidad y su muerte, movió fibras olvidadas de mi infancia.
Hasta pronto.
Ay... este post ha sido una experiencia. Me reí a carcajadas con lo de la Loca Luz Caraballo, me sonreí con lo de los masajes en el brazo y lo de la supuesta cirugía de mamas, me maravillé de que Dios le concediera su deseo de fallecer sola y tranquila y estoy segura de que cuando tú también vayas al cielo, la encontrarás para hacer más crucigramas.
Disculpa el comentario, pero:
"Coño carajito, me hiciste llorar!!!"
Pero un llanto extraño, sin lágrimas y con una sonrisa.
Por qué? El 15 de este mes se cumplió 29 año que mi abuela, "La Filósofa", se me fue. Bueno, eso que se me fue es relativo, ella siempre está dentro de mí y sé de lo que escribiste.
Todo lo mejor para ti.
Silma, por alguna razón no me había dado cuenta que dejaste tu comentario por acá... La verdad es que para mí recordar a mi abuela y que aparezca una sonrisa es la misma cosa (por acá hay un dicho que dice "saliendo el payaso y soltando la risa"... no lleguemos a ese punto, pero más o menos). Es muy grato poder tener estos recuerdos y compartirlos. Quizás lo otro que podemos aprender de todo esto es que querer a la gente implica construir recuerdos, atesorarlos y revivirlos para que las sonrisas regresen a nuestros rostros. Por eso es tan importante vivir a plenitud cada momento que pasamos con quienes queremos. Por eso es tan importante que mi madre haya estado en esa piscina.
Un abrazo y gracias a todos por recordar...
Que bueno ver que alguien conoció tanto a su abuela, dicen que los niños que conviven mucho con sus abuelo son mejores personas cuando crecen y creo que eso es verdad ya que ellos tienen una visión de vida que complementa la de tus padres.
Tu blog lo leo hoy al haber pasado ya un mes sin mi querido y ultimo abuelo que me quedaba vivo y el cual disfrute muchisimo! Me hiciste recordar muchas cosas buenas y divertidas que él hacia.
Saludos
Claudia
Publicar un comentario