
- Claro.
- ¿Dónde siempre?
- ¿Dónde más podría ser? No querrás que vaya para tu casa.
- No comiences.
- No me hagas caso, fueron ganas de molestar.
- ¿Y esas ganas de molestar son a cuenta de qué?
- A cuenta de nada, discúlpame. El cansancio, el trabajo, quién sabe. Pero estar contigo me lo quita.
- Yo también estoy cansado. Por eso te llamé.
- Claro.
Se hizo un silencio incómodo. Eso último no sonó bien, ya sabía por donde venía el asunto.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, ya te dije.
- Creo que nos conocemos lo suficiente para que quieras hacerme creer que no te pasa nada.
- Bueno, está bien, sí me pasa algo, pero no te lo quiero decir.
- ¿Por qué?
- Porque sé cuál va a ser la respuesta, y no tengo ganas de hablar del tema. Déjalo así.
- Está bien, lo dejamos así entonces.
Estos silencios lo hacían enfurecer. Ya se le estaban quitando las ganas de verlo. Si no se pusiera como ella cuando quiere pelear...
- Yo creo que mejor dejamos esto para otro día.
- ¿Qué pasó?
- Nada, me acabo de acordar que tengo que llevar a los chamos al cine esta noche. Se los prometí.
- ¿Cómo fue que te acordaste así de pronto?
- No sé, me acordé así nada más.
- ¡Qué conveniente!
- ¿Sabes qué? Te llamo luego.
- No, mejor no me llames. Yo te llamo.
Sintió cómo se cortaba la línea telefónica. Se quedó mirando el teléfono unos instantes. No quería llegar a su casa: su mujer estaba visitando a sus padres, se había llevado a los chicos durante el fin de semana y él estaría solo en casa, pero no le gustaba llevar a sus conquistas allá por aquello de la discreción. Además, uno nunca sabe cuándo uno de ellos se enamora y comienza una persecución tipo “Atracción fatal” que te termina arruinando el matrimonio y la vida. Nadie podía obligarlo a destruir su vida, su familia, su hogar, cuando él así estaba feliz: con un lugar seguro a donde llegar, y con la posibilidad de echarse su escapada de vez en cuando. Tenía demasiado tiempo haciéndolo para venir a cambiar ahora, no estaba dispuesto a arriesgar tanto. Así que quien quisiera estar con él, debía tener claro que siempre sería el segundo, el otro, el que no tiene derecho a nada.
Revisó la agenda del celular. Ni su mujer sabía de esta otra línea, este número de teléfono que compartía con los hombres que conocía a través de las salas de conversación virtuales o uno que otro bar de ambiente que visitaba cuando tenía la oportunidad. Si él no estaba dispuesto, algún otro de seguro lo estaría.
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El cuadro pertenece a la colección de Ludovic Debeurme, se llama "Dr. Jekyll", pero no pude identificar a su autor.