-Ten cuidado, que las ramas no se ven muy firmes.
Eso le decía yo a mi amigo Zumabila. Habíamos decidido treparnos en el arbol cargado de pomarrosas, que crecía en una acera de Güiria, pueblo natal de mi familia al que íbamos regularmente en vacaciones. Luego de varios intentos, ser el más alto y el más grande de mis compañeros de liceo no me ayudó a ser lo suficientemente agil como para treparme. Así que el trabajo le quedó a Zumabila, quien también era de Güiria, igual que mi familia.
Subió por las ramas con facilidad. El piso se encontraba repleto de pétalos, que son miles de hilos de color rojo profundo del largo de un pulgar. El movimiento que hacía Zumabila entre las ramas hizo que muchas flores siguieran cayendo, pero las frutas estaban bien pegadas al árbol. No tardó mucho en llegar a las primeras pomarrosas, pequeñas peras color magenta, que esperaban ser devoradas por algún depredador, por lo general aves de la zona. Quizás lo que menos se esperaban era que un par de preadolescentes se treparían cual monos a acabar con ese manjar de la naturaleza.
Pronto empezaron a llover pomarrosas por todos lados. Una a una, Zumabila las tomaba de las ramas y me las lanzaba para que yo las guardara en una pequeña bolsa que conseguí por ahí. Pero la mejor de las pomalacas no fue a dar a la bolsa.
-¡Mira, Luis, ni se te ocurra comerte todas las pomalacas!
-¿Estás loco? ¡Son demasiadas! Además, no se llaman pomalacas, sino pomarrosas.
-Es igual… ¿Y si las vendemos?
Yo ya contaba las pomarrosas de la bolsa –serían más de 20-. Zumabila seguía concentrado en la operación de búsqueda y captura cuando, sin darnos cuenta, llegaron dos policías uniformados.
-¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? – preguntó uno de ellos.
Nos quedamos sin habla. Zumabila se bajó del arbol rápidamente, sin colores en el rostro, a pesar de ser tan oscuro como la noche.
-Ustedes como que se están robando esas pomalacas…
-¿Robando?
Zumabila y yo nos vimos por un instante. Nunca pensamos que estábamos robando, y menos que nos capturarían infraganti en plena aventura.
-Creo que lo mejor será llevarlos a la jefatura. Allá vemos qué vamos a hacer con estos ladroncitos.
Ya en la pequeña oficina policial, fuimos encerrados en una celda apenas iluminada. Los policías nos veían divertidos, preguntándose qué hacer con nosotros. Uno de ellos escogió una pomarrosa y la mordió con gusto. A cada bocado, la fruta emitía un golpe agudo y seco, partiéndose como las manzanas luego de un buen mordisco. Se regodeaba de gusto.
-¿Y si los hacemos comerse todas las pomarrosas?
-No es mala idea… Saldrán de aquí luego de que se coman todas las pomarrosas de la bolsa, - dijo el policía, con una sonrisa en el rostro.
Al principio, la penitencia nos pareció incluso divertida. Sabíamos que las pomarrosas estaban maduras y jugosas. Además, ¿para qué habíamos subido a aquel arbol en primer lugar?
Comenzamos a comer con gusto, atacando cada fruta con bocados enormes, para terminar rápìdo y salir lo más pronto posible de aquel hueco. Cada uno tendría que comerse al menos doce frutas.
Las pomarrosas fueron desapareciendo de la bolsa. Ese día, aprendí que una pomalaca puede ser una delicia: carnosa, con un penetrante olor dulzón, el jugo escapando por la comisura de los labios. Pero luego de cuatro o cinco, incluso el mayor de los placeres puede convertirse en una tortura.
-Luis, siento la boca reseca – dijo Zumabila, viendo con preocupación que faltaban más de la mitad de las pomalacas.
-Ya no quiero comer más.
-Tranquilo, ya no quedan muchas.
Mi boca ya no producía saliva, mi estómago hacía ruidos extraños. Cuando ya llevaba unas 10 pomarrosas, sentí nauseas. Apenas si mordíamos cada fruta, antes un manjar de dioses, ahora convertidas en un martirio viviente. Poco después, sentimos los pasos de los policías.
-¿Cuántas llevan?
Les mostramos la bolsa de pomarrosas, casi vacía. Seguramente nuestros rostros reflejaban el sufrimiento físico por el que atravesábamos.
-¿Será que los dejamos salir?
-Sí, vamos a liberarlos, pero nos dejan el resto de las pomarrosas de la bolsa.
Mis vacaciones en Güiria duraron una semana más, y durante ese tiempo, no pude quitarme de encima el dulce olor de las pomalacas.
Han pasado más de 20 años. Desde entonces, nunca más probé una pomarrosa.
5 comentarios:
Jajajaja , me recuerda una anecdota de mi esposo, le paso algo parecido pero en su casa, se comieron entre el hermano y el un quesillo que le habian hecho a su papa y como castigo les prepararon uno gigante y se los hicieron comer todito ellos casi que se vomitaban encima, pero al contrario que tu donde ven uno mal parado se lo comen
Nunca había visto una pomarrosa, aunque sí las conozco por su fama de fruta deliciosa.
De quién era el árbol que estaba prohibido sacarle las frutas?
Por qué será que se me hace TAN familiar?
Lo mío fue con Pepsicola..., no te lo cuento pues aun me duele al barriga.
Todo lo mejor para ti.
Jajajajaja ese "Zumabila" (se escribe Sumavila) era mi hermano Sumavila Fuentes para ser mas exacto.
Bueno... aún es mi hermano :-D
Publicar un comentario