27 de noviembre de 2013
Venezuela, los inmigrantes y las telenovelas.
Sigo leyendo con preocupación, con estupor y casi incredulidad las noticias que provienen de Venezuela. Pero ocurre un fenómeno interesante. La distancia es como un lente de alta gradación: Distorsiona. Como si la interpretación de la realidad estuviese a cargo del mejor escritor de telenovelas: Todo se vuelve más dramático, más extrañamente duro.
No es un secreto que la situación ha pasado de castaño claro a castaño oscuro. O al menos eso parece traslucirse de las últimas medidas económicas anunciadas por el gobierno de Nicolás Maduro: control absoluto de los precios, restricciones aun mayores para el acceso a divisas, asfixia de la empresa privada. Todo como parte del combate al último invento en la categoría de "enemigos de la patria": los empresarios burgueses parásitos que le han declarado la guerra al régimen socialista del heredero de Chávez, quitándole al estado los dólares preferenciales para luego vender productos importados a precio de dólar paralelo.
Ya la historia la conocemos: fueron declarados especuladores, se obligó a bajar el precio de todo, la gente salió a comprar (o a saquear, según sea el caso) tiendas que venden productos que están lejos de ser de "primera necesidad". El resultado: comercios cerrados "hasta nuevo aviso", escasez e inflación disparada, con un presidente que -quien sabe si ingenuamente- piensa que con esto el índice de precios bajará de forma drástica. Hemos acabado con la inflación... ¡bajando los precios! ¡Haberlo dicho antes!
Los análisis económicos ya están allí. CNN publica un artículo que coloca a Venezuela como ejemplo de una economía que se va a la ruina y explica las razones para ello. Los buenos amigos de Prodavinci hacen lo propio. Las redes -mis redes, que la mirada siempre estará sesgada por las decisiones acerca de a quien sigo y a quien no- se disparan a hablar del desastre. Capriles llama a marchar y a votar, los medios hacen lo poco que pueden por cubrir este y otros eventos, bajo la amenaza estatal de cierre o pérdida de empleos (caso Director de El Mundo Economía y Negocios, despedido de su trabajo por un titular que no gustó a los -nuevos- dueños de Cadena Capriles)... Hegemonía comunicacional, la llaman.
Al menos eso es lo que se dice que está pasando (y nótese la desconfianza).
Desde afuera, parece que el país no está al borde del abismo, sino que dio un paso al frente y ya se lanzó a un precipicio sin fondo conocido (dicen que las economías nunca tocan fondo y siempre se puede estar peor); está cayendo precipitadamente, sin red de seguridad ni paracaídas de emergencia visibles. E insisto: desde afuera. Porque no hay que hacer un esfuerzo muy grande para recordar que también hay otro país: muchos venezolanos piensan que todo está bien. Que en realidad no está pasando mayor cosa. Incluso, creen que las medidas tomadas por el gobierno son una maravilla. Tengo familiares que dicen estar más tranquilos que nunca.
Aunque una cosa es la realidad y otra lo que se percibe e interpreta de ella...
La distancia es una vaina. Pero no se trata de cuántos kilómetros te separan de la realidad, sino de qué tan distinto es el contexto en el que ahora te encuentras como inmigrante. Comparas lo que tienes ahora con lo que ves en red o con lo que te cuentan por teléfono. Lo que es con lo que debería ser. Los valores de allá con los de aquí.
La perspectiva te hace leer distinto, interpretar distinto, porque no estás allá respirando el aire que te recuerda que el país no es sólo lo que sale en la prensa. El país que aparece reflejado en los medios es apenas un garabato de la realidad. Pero eso se nos olvida. Y entonces se te dispara el gen de Raúl Amundaray o Arquímedes Rivero, y sufres un montón por lo que está ocurriendo en tu país. Y te preguntas ¿hasta cuándo, ah? ¿Cómo es que no se dan cuenta? ¿Hasta dónde hay que llegar?
Pero nuestro drama, este drama que escribimos todos los días cuando hablamos del país, es ficción. Ficción por superfluo, por exagerado. Paradójicamente, por desconectado.
Se los pongo así: Para los venezolanos, salir a la calle es normal. Vas, trabajas, regresas del trabajo y listo. Te quejas de todo lo que pasa a tu alrededor, pero no es nada del otro mundo. Mientras, los que nos fuimos decimos cosas como "salir a la calle es una ruleta rusa: nunca sabes cuando te tocará la tragedia". Somos unos intensos... O es que los venezolanos se acostumbraron a vivir en la cuerda floja... ¿Ven lo que les digo?
Quizás es el efecto de la polarización. La migración es el fenómeno que se presenta como consecuencia última y radical de la política polarizada. Como protagonistas de ese fenómeno, es lógico que nuestra interpretación de la realidad sea intensa y radical. Es muy difícil no serlo.
Sin embargo, las opiniones son así: cada quien tiene la suya. ¿Le bajamos dos o qué?
9 de noviembre de 2013
Daka y María Gabriela Isler: En búsqueda de la consistencia perdida
Ayer, Daka. Hoy, el Miss Universo. Y Nicolás Maduro felicita a María Gabriela Isler, mientras promueve el saqueo de tiendas para que el pueblo tenga electrodomésticos a precios justos.
Leo a muchos exigiendo consistencia. Quejándose de que la victoria de la chica venezolana opacó aunque sea por momentos, la terrible noticia que se personifica alrededor de Daka, pero que en realidad es una tragedia nacional.
Y me pregunto, a estas alturas, ¿cuál consistencia? ¿Hemos sido consistentes alguna vez?
Es imposible ser consistente cuando un país no tiene idea de lo que quiere. Porque si los llamados socialistas hijos de Chávez lo supieran, no estarían felicitando a la nueva y flamante Miss Universo. Grupos feministas estuvieron protestando en el Poliedro mientras se elegía a la nueva Miss Venezuela. Es que se supone que el concurso degrada a la mujer, impone imágenes de mujeres famélicas, tontas, que no tienen ningún mérito más allá de saber caminar entaconadas… Que además, el Miss Venezuela es organizado por Cisneros y el Miss Universo por Donald Trump, ejemplos clásicos del capitalismo. Casi tan representativos del capitalismo salvaje como la Fórmula 1 (oh, wait…)
¿Es que acaso el hombre nuevo necesita un LED de 47’’? Probablemente no. Necesita leche para el tetero, harina para las arepas, papel higiénico para limpiarse. Pero hay algo que sí necesita: que todo sea regalado. Si es saqueado, tanto mejor. “Eran unos ladrones”, se escucha decir a los “necesitados” que entran a la tienda para llevarse blue-rays y televisores de última generación sin desembolsillar ni un centavo. ¿Y es que DAKA los obligaba a comprar lo que vendían “a precios injustos”?
Consistencia, lo llaman. Claro, es lo que otros llamarían justicia social, lucha contra la guerra económica, un golpe contra los burgueses apátridas. “¡Hay que acabar con ellos!”... así como con los cientos de trabajadores que mañana no tendrán lugar donde ganarse el sueldo. Un gobierno obrerista que toma las medidas necesarias para acabar con puestos de empleo. Bravo.
El país se va a al caño (más bien al carajo, al coño, a la mierda), en tanto y en cuanto no logramos entendernos. No sabemos cómo somos ni lo que queremos. Por eso no podemos ser consistentes. No logramos comprender, por ejemplo, que para nosotros los concursos de belleza son un bálsamo. Un remedio contra tanta mala noticia. Y que es lógico, porque esa es nuestra cultura, que la tragedia DAKA sea de pronto sustituida en las mentes atormentadas por la imagen de Molly Isler tratando de ponerse una corona que fue tan esquiva a su cabeza como el progreso lo ha sido para Venezuela. Seguimos teniendo oportunidades para progresar y sin embargo no atinamos a ponernos la corona. Mandamos a la mejor de las candidatas buscando “la felicidad suprema” y perdemos. Ni siquiera entramos en el cuadro de finalistas. No figuramos. Detrás de la ambulancia. Y a llorar al valle, decía mi abuela.
Dejen que la gente disfrute de su corona. A este punto, ya no importa si el concurso es o no frívolo. Si usted no fue el que ganó: fue ella. Ella y el equipo de Osmel, los que estuvieron un año trabajando. Ese es su negocio, no el nuestro. Pero la muchacha lleva una banda con el nombre de “Venezuela”, y eso es casi tanto como “tener patria”. Así que gocemos de la victoria, igual podrá ver la repetición en su nuevo televisor que se ganó gracias al saqueo oficial.
Total, ser consistente parece no importarle a nadie.
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26 de septiembre de 2013
Un hombre con mucha leche
Increíblemente, en los últimos meses hemos venido desarrollando algunas técnicas y habilidades para paliar la situación de escasez de alimentos que estamos viviendo los venezolanos.
Hacer mercado siempre ha tenido su truco, y eso lo saben todas las personas a cargo de las compras en sus hogares. Yo, por ejemplo, desde hace mucho tiempo dejé de hacer mercado los fines de semana. Las colas en las cajas, la lucha por un puesto en el estacionamiento, la larga espera para que llegue tu número en la charcutería... Prefería ir un día de semana, temprano en las mañanas (la ventaja de ser tu propio jefe). La única desventaja de esa técnica es que era posible que las verduras no estuviesen tan frescas o que simplemente quedara solo los restantes indeseables de tomates, pimentones o acelgas. Pero evitar el gentío y las colas bien lo valía.
Tampoco me gustó nunca hacer recorridos por varios mercados caraqueños. Iba a uno solo, compraba lo que encontraba, y lo que no lo sustituía o simplemente me hacía el loco y dejaba de comer arroz por unos días, o de tomar café con leche otros días, y así fui preparando mi organismo a una dieta poco organizada, al mejor estilo Eudomariano de "como vaya viniendo, vamos viendo".
Últimamente, la recomendación es no hacer mercado. No salga pensando en ir a hacer las compras de la semana o la quincena. La razón: saldrá deprimido, decepcionado y extenuado. No va a encontrar casi nada de lo que necesita, comprará algunas por el solo capricho de llenar el carrito y pagará un montón de dinero a razón de la inflación galopante que golpea nuestra economía.
Ahora la técnica es la siguiente: usted salga a la calle sin pensar siquiera en la comida. Vaya a hacer sus diligencias de siempre. Pasee. Camine. Pero afine sus sentidos, sobre todo la vista: Cada vez que vea a una persona caminando con bolsas de supermercado, chequee con meticulosidad dos cosas: los productos que lleva y el nombre del supermercado escrito en la bolsa.
Así, por ejemplo, logré comprar leche en polvo. En mi casa se compra leche en polvo por dos razones: el café con leche de las mañanas y las panquecas del domingo. Y ya tenía más de dos semanas sin tomar café. Por esas cosas de la vida, tuve que ir a hacer una diligencia en Los Teques. Richard manejaba mientras conversaba con un amigo que andaba con nosotros y yo simplemente miraba hacia la calle cuando, como si se tratara de una aparición celestial, se nos atravesó una señora con dos bolsas plásticas con cuatro kilos de leche.
- ¡Marico, leche en polvo!
- ¿Dónde?
- ¡No sé, debe haber un abasto más adelante!
En efecto, 5 segundos después nos encontramos con el lugar. Estaba repleto de personas, todos anhelando lo mismo: comprar sus 4 kilos de leche por persona.
- ¿Te atreves?
Nos bajamos del carro corriendo, ante la posibilidad de que se acabara la leche antes de que llegáramos a ella. La cola, gracias a Dios, no era muy larga porque los dos cajeros del abasto trataban de cobrar lo más rápido posible los 120 bolívares que costaban los cuatro paquetes.
Corrí con suerte: entre mi amigo y yo pudimos comprar 8 kilos. Prácticamente los únicos que quedaban.
Eso se llama ser un hombre con mucha leche.
Supongo que esto me convierte en acaparador. Pero, a estas alturas, ¿qué importa? Al final, todos, absolutamente todos, terminamos comprando la mayor cantidad posible de ese producto (harina de maíz, arroz, margarina, aceite, papel higiénico o cualquier otro) que tiene días, semanas o meses desaparecido, no vaya a ser que se vuelva a acabar y pase mucho tiempo para que llegue de nuevo a sus manos.
Yo calculo que tengo leche en polvo para un par de meses. Igual habrá que racionarla para que dure todo lo que pueda en la despensa. Normal, pues.
Hacer mercado siempre ha tenido su truco, y eso lo saben todas las personas a cargo de las compras en sus hogares. Yo, por ejemplo, desde hace mucho tiempo dejé de hacer mercado los fines de semana. Las colas en las cajas, la lucha por un puesto en el estacionamiento, la larga espera para que llegue tu número en la charcutería... Prefería ir un día de semana, temprano en las mañanas (la ventaja de ser tu propio jefe). La única desventaja de esa técnica es que era posible que las verduras no estuviesen tan frescas o que simplemente quedara solo los restantes indeseables de tomates, pimentones o acelgas. Pero evitar el gentío y las colas bien lo valía.
Tampoco me gustó nunca hacer recorridos por varios mercados caraqueños. Iba a uno solo, compraba lo que encontraba, y lo que no lo sustituía o simplemente me hacía el loco y dejaba de comer arroz por unos días, o de tomar café con leche otros días, y así fui preparando mi organismo a una dieta poco organizada, al mejor estilo Eudomariano de "como vaya viniendo, vamos viendo".
Últimamente, la recomendación es no hacer mercado. No salga pensando en ir a hacer las compras de la semana o la quincena. La razón: saldrá deprimido, decepcionado y extenuado. No va a encontrar casi nada de lo que necesita, comprará algunas por el solo capricho de llenar el carrito y pagará un montón de dinero a razón de la inflación galopante que golpea nuestra economía.
Ahora la técnica es la siguiente: usted salga a la calle sin pensar siquiera en la comida. Vaya a hacer sus diligencias de siempre. Pasee. Camine. Pero afine sus sentidos, sobre todo la vista: Cada vez que vea a una persona caminando con bolsas de supermercado, chequee con meticulosidad dos cosas: los productos que lleva y el nombre del supermercado escrito en la bolsa.
Así, por ejemplo, logré comprar leche en polvo. En mi casa se compra leche en polvo por dos razones: el café con leche de las mañanas y las panquecas del domingo. Y ya tenía más de dos semanas sin tomar café. Por esas cosas de la vida, tuve que ir a hacer una diligencia en Los Teques. Richard manejaba mientras conversaba con un amigo que andaba con nosotros y yo simplemente miraba hacia la calle cuando, como si se tratara de una aparición celestial, se nos atravesó una señora con dos bolsas plásticas con cuatro kilos de leche.
- ¡Marico, leche en polvo!
- ¿Dónde?
- ¡No sé, debe haber un abasto más adelante!
En efecto, 5 segundos después nos encontramos con el lugar. Estaba repleto de personas, todos anhelando lo mismo: comprar sus 4 kilos de leche por persona.
- ¿Te atreves?
Nos bajamos del carro corriendo, ante la posibilidad de que se acabara la leche antes de que llegáramos a ella. La cola, gracias a Dios, no era muy larga porque los dos cajeros del abasto trataban de cobrar lo más rápido posible los 120 bolívares que costaban los cuatro paquetes.
Corrí con suerte: entre mi amigo y yo pudimos comprar 8 kilos. Prácticamente los únicos que quedaban.
Eso se llama ser un hombre con mucha leche.
Supongo que esto me convierte en acaparador. Pero, a estas alturas, ¿qué importa? Al final, todos, absolutamente todos, terminamos comprando la mayor cantidad posible de ese producto (harina de maíz, arroz, margarina, aceite, papel higiénico o cualquier otro) que tiene días, semanas o meses desaparecido, no vaya a ser que se vuelva a acabar y pase mucho tiempo para que llegue de nuevo a sus manos.
Yo calculo que tengo leche en polvo para un par de meses. Igual habrá que racionarla para que dure todo lo que pueda en la despensa. Normal, pues.
8 de febrero de 2013
Basura
He estado tratando de conocer y contactar a muchas personas
desde que llegué acá. Tengo que reconocer que Sevilla sigue siendo una ciudad
de gente muy amable, amistosa e incluso dicharachera, de un carácter ligero
(aunque ya me comentaron que debo conocer a la gente de Cadiz... que el humor
de allá no tiene igual). Pero en todas las personas que he contactado he notado
dos preocupaciones: lamentan que este sea un momento crítico para su país, por
un lado, y a consecuencia de ello, una de las manifestaciones visibles de esta
crisis en la ciudad ha sido una huelga de los recolectores de basura que tiene
a la ciudad en un estado impresentable. Una huelga que recién termina y que
duró 11 días, dejando en las calles cerca de siete mil toneladas de basura.
Ayer fui por primera vez al centro de Sevilla. Aún no
terminaba la huelga y pude ver lo que esto significaba. Contenedores repletos,
rebosantes de desechos. Los ciudadanos no podían hacer otra cosa que dejar sus
bolsas y cajas fuera de los contenedores, al borde de la acera. El fuerte
viento aprovechaba de esparcir cualquier resto mal colocado, por lo que sobre
las caminerías y calles podías encontrar papeles volando a su antojo.
Y pensé: Debe ser que en Caracas todo el tiempo estamos de
huelga.
Mañana ya la ciudad estará limpia de nuevo. En Caracas, sin
embargo, la esperanza es lo último que se pierde.
La foto no es mía, es del ABC de Sevilla. Mi instinto
periodístico anda de huelga también y no tomé fotos a los contenedores.
Saludos.
6 de febrero de 2013
Pedro Pérez
Día 1.
No se emocionen. No creo que esta bitácora termine actualizándose día a día, pero es que lo de ayer es para contarlo.
El primo de mi cuñado es gobernador de un club Rotario por estos lares. Resulta que anoche había reunión, tenían una conferencia. Y el primo, como en oportunidades anteriores, había invitado a mi cuñado y a mi hermana a esta reunión.
Recibo una llamada de Juan Carlos: "Cuñao, vístete que como a las 8pm vamos a la reunión de los rotarios, así comienzas a conocer gente". Pues que así sea, digo yo.
Como buenos venezolanos, llegamos 10 minutos tarde a la conferencia, la cual se realizaba en un pequeño pero lujoso salón de un hotel que reposa en las riberas del Guadalquivir. Tal como si la cuenta estuviese perfectamente cuadrada, solo quedaban tres asientos disponibles para los tres tardíos invitados. La reunión no sobrepasaba las 30 personas.
El profesor invitado conversaba animadamente sobre la historia de los Congresos Internacionales de Matemáticas. Esta fue la primera gran sorpresa de la noche: este señor, de unos cincuentipocos años, había dedicado su más reciente investigación a recopilar toda la data acerca de los matemáticos que han participado en estos congresos, que se realizan cada 4 años, y en la que se entrega una medalla equivalente al Premio Nobel de matemáticas (que no existe, es decir, no se entrega, por alguna razón que aun no queda clara en la historia de Alfred Nobel): se trata de la medalla Fields, llamada así en honor al matemático Jhon Charles Fields.
Nos contó una serie de anécdotas alrededor de los congresos, la vida de algunos matemáticos ilustres del siglo XX y las peripecias para encontrar archivos históricos relacionados con estos eventos; historias por demás encantadoras que hicieron de una invitación tan improbable un evento muy agradable. Toda la audiencia estaba embelesada escuchando los cuentos de este señor que, al final, arrancó un cálido aplauso entre los presentes.
Luego comenzó el momento de compartir con el grupo, conversar sobre lo mucho y lo poco, esto y aquello. No faltaban el vino, la cerveza y los pasapalos, todo de muy buen nivel considerando el lugar en el que nos encontrábamos: tortilla española servida en cubitos, en platos individuales del tamaño de una ostia; croquetas que se disolvían al entrar en contacto con tus papilas gustativas, frutos secos variados, aceitunas enormes previamente deshuesadas con sabor a padrenuestro.
Allí conocí a Pedro Pérez. Para mi fortuna, un nombre muy fácil de recordar. Resultó ser jurista, un señor que también estaría alrededor de los cincuenta -edad promedio de la reunión seguramente-. La conversación giró alrededor del tema más polémico en España: los casos de corrupción que comienzan a surgir entre miembros del Partido Popular. No estoy demasiado al tanto del caso, pero la conversación discurría sobre aguas en las que me sentía más o menos cómodo: hablar de corrupción, el funcionamiento de la justicia y de los medios de comunicación es algo en lo que los venezolanos tenemos un postgrado.
El hombre comentaba, preocupado, cómo estos casos hacían traslucir una serie de problemas que ponían a prueba la democracia española. El primer argumento era la necesidad de una ley que obligara a los partidos políticos a ser transparentes con sus finanzas. Luego, recordaba que lo más importante es la sagrada institución de la presidencia de gobierno y no quien la ocupa, por lo cual, si se demostraba que la persona a cargo había cometido delito, pues no tendría que haber problema en destituirlo y nombrar a otra mientras eso salvaguardara la integridad de la institución. Por otro lado, se preocupó por las muestras de partidización y falta de independencia de la fiscalía, la cual debería abrir una investigación de oficio ante las denuncias aparecidas en los diarios, lo cual llevaba al punto del rol de los medios de comunicación y la urgencia de que estos se apeguen a su norma ética de informar la verdad comprobada y comprobable. Para cerrar con una sentencia inexorable: todo esto debe ser así para, entre otras cosas, cuidar la imagen de España en el mundo ya que, si se pierde la confianza en las instituciones, no habría inversiones y la economía también se vería afectada, más aún de lo que ya está. Y remata diciendo que España no está siendo gobernada por españoles, sino por Europa, quien le obliga a tomar las medidas que está tomando.
Ustedes me conocen y saben que para mi era simplemente imposible hacer todos los paralelismos con la situación que, desde lo que parecen ya siglos, estamos viviendo: transparencia del financiamiento a los partidos políticos; institucionalidad vs. personalismo; independencia de poderes; ética periodística; confianza para reestablecer el rumbo económico y soberanía. Los mismos problemas, copiados al calco.
¿Dónde radica la diferencia? ¿En la magnitud de estos problemas? ¿En la cultura política? ¿En el sustento moral y ético de ambas sociedades? ¿En la esperanza?
No dudo que vuelva a ver a Pedro Pérez: hay la idea entusiasta de que, en alguna próxima oportunidad, vaya a conversar con este mismo grupo acerca de la situación venezolana. Espero que no se decepcionen cuando se den cuenta que la historia es la misma.
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