Hoy fue un día raro. Llegué a tiempo y el frío no pudo conmigo, dos peleas de las que hoy he salido victorioso.
Luego, porque tuvimos clase de Periodismo Creativo. No estaba previsto, porque originalmente tendríamos un taller con Sanchis Sinisterra, pero tuvo que cancelarse por problemas de salud de nuestro invitado. La solución fue adelantar nuestro primer encuentro con el periodismo.
El profesor adelantó el contenido del seminario: géneros periodísticos y cómo cambia el uso del lenguaje para cada uno; el nuevo periodismo y las distintas herramientas que lo caracterizan. La intención es que nos decidamos por algún tema y escribamos una buena crónica, o reportaje, o entrevista, que se enmarque dentro de esta forma alternativa de hacer periodismo.
Se generaron además algunas discusiones preliminares sobre temas como la objetividad y la imparcialidad -ideas imposibles-, la verdad periodística, la honestidad y el rol del periodista en la construcción de esa verdad a través de la selección arbitraria de sus palabras.
Habrá que revisar el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe, además de leer en lo posible a Riszard Kapuscinski y su Ébano o El Periodista Indeseable de Gunther Wallraff. También se menciona a Albert Chillón y Periodismo y Literatura: una tradición de relaciones promiscuas. A seguir leyendo. Por cierto, no dejé de recordar la Historia de un Secuestro de Gabriel García Márquez o Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, dos ejemplos que recuerdo haber visto como inscritos en esta tendencia de periodismo creativo.
Nota al margen: ¿Por qué los periodistas ya no son lo que eran antes? Ese es un tema sobre el que creo que vale la pena reflexionar...
Café. Con dos de azúcar, por favor. Sí, soy gordito. Gracias.
Luego, nuevamente modelos dramáticos, hoy con ¡Ay Carmela! de José Sanchis Sinisterra. Leí la obra, no pude leer alguno de los artículos que la analizan, así que esta vez el proceso fue más complejo. Cuando eso me pasa, casi no escribo, tomo pocos apuntes y me concentro en intentar entender de qué se está hablando...
Entonces, en la obra -que no en la adaptación al cine-, tenemos dos planos narrativos: el del presente con Carmela como fantasma, y el del pasado, que narra la historia de Carmela y Paulino, su captura por parte del ejército franquista, hasta la muerte de Carmela. Queda claro que, en ese sentido, no existe la unidad temporal a la que se refiere Aristóteles, pero que dentro de la narración en el plano del pasado esa unidad sí existe y los hechos se narran cronológicamente -que es la fuente de la adaptación cinematográfica-.
El detonante de la acción es muy sencillo: Carmela y Paulino van a comprar morcillas y se pierden por causa de la neblina, cruzando la frontera y cayendo prisioneros del ejército. Son obligados a actuar para las tropas para poder sobrevivir y en principio Carmela parece dispuesta a ayudar, aunque no le gusta la forma en que son tratados. Cuando se entera de que estará actuando además frente a otros prisioneros que luego serán fusilados, se presenta un punto de giro para Carmela, que decide negarse a hacer el número de burla a la bandera republicana, lo cual, en definitiva, genera el clímax y posterior desenlace de la obra.
El análisis de la obra se hace a la luz de lo desarrollado por Bertolt Brecht en relación a la necesidad de distanciar al espectador de lo que está ocurriendo, es decir, obligarlo a dejar de ser un espectador pasivo que disfruta de una obra, para ser un espectador activo, que interpreta, analiza y juzga lo que ocurre en ella. Recordarle que se trata de una ficción, que lo que ve sobre el escenario no es real y que no tiene por qué sentirlo como tal, de modo que incluso no sienta emociones hacia los personajes. Para ello, Brecht señala que, en definitiva, se trata de despejar a las situaciones y a los personajes de sus características más obvias, más evidentes, y volverlas motivo de asombro y curiosidad, de modo que el espectador se vea obligado a usar una mirada distinta sobre la acción, sacarlo de su actitud normal y pasiva para que tenga que removerse en su asiento, complejizando su proceso de comprensión sobre lo que el autor quiere decirle y evitando o al menos haciendo menos intensa la catársis aristotélica. En el caso de ¡Ay Carmela! se expuso el ejemplo de la escena en la que Carmela describe su estancia en el más allá con el cruce de vías del tren, haciendo referencia a Samuel Beckett y Buscando a Godot, que se inscribe en el teatro del absurdo. Otro ejemplo claro fue el de señalar que la obra NO se desarrolla en Belchite en ese momento específico de la historia, y que de hecho tampoco se trata de la guerra civil española específicamente, para que el espectador no llegue a creer que se trata de una historia verídica, aunque todo el tiempo sienta la necesidad de asumirlo así. También se explicó que, desde el punto de vista de la estructura, el hecho de que el autor nos diga desde el principio que Carmela está muerta hace que el momento de su muerte sea menos impactante, efecto al que sí se le saca partido en la película, cuya adaptación obvia todo el plano narrativo del presente, en el cual Carmela es un fantasma.
Brecht además señala cuáles son las técnicas que el autor puede utilizar para lograr ese distanciamiento o extrañamiento de los espectadores hacia los personajes y acciones. Esas técnicas pueden aplicarse a los diversos elementos que componen la obra teatral.
Pues ya está.
Aprovecho: por esas cosas de la vida, parece que este fin de semana inauguraremos una exposición fotográfica en un local llamado Metáforas, Calle Mata 20, cerca de la Alameda. Les confirmo mañana de qué va el asunto.
Jogreg is out and tired.
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